Manta, el puño en alto

por Diana Zavala|

la protesta en Manta. Foto: Diana Zavala

Hace más de un siglo, Manta escogió un mes para celebrar el comercio. Octubre llega con caramancheles, ruedas moscovitas, polvosas (salones para bailar armados en la tierra), orquestas, reinados, gente con labia para vender hielo en Macondo. Se festeja a las artes, al cholo y es la previa del largo feriado de difuntos y cantonización. El pueblo sale como hormiga, es el principal motivo para ocupar masivamente el espacio público. 

Así, enfiestados estaban el 22 de octubre de 1996 cuando del cielo y sobre una iglesia les cayó una tragedia. Un avión de carga esparció flores, pescado y muerte en el barrio La Dolorosa. Desde entonces, con el décimo mes llega la fiesta y el recuerdo de una noche para poema de Vallejo. ¡Yo no sé! 

Llegué hace veinte años a Manta. Si algo he observado en este tiempo es que la ciudad difícilmente para, incesante como las olas, aunque el país se incendie. Fue una de las primeras ciudades en las que se incrementó el costo del pasaje urbano (2015), no hubo mayor resistencia. Así hasta octubre de 2019. 

Confieso que varias veces he sentido que mi lugar está en la turba, en el estallido social, ese que históricamente se toma las calles de Quito. Me llena de impotencia como periodista, me recalienta como ciudadana, conformarme con ser espectadora y esperar que otros me lo cuenten, o lo que es peor, que otros griten por mí. Antes del boom de las redes sociales, tocaba consumir una tanda de canales de televisión oficiales más las del otro bando para formarse un juicio algo equilibrado. 

El año pasado, cuando detonaron las protestas me encontraba en Colombia en el Gabo Festival. Al arribar a Guayaquil, el 6 de octubre, ya no encontré transporte para volver por vía terrestre a Manta. Después de un incómodo viaje en la madrugada, llegué a la ciudad y supe por la radio que pronto empezaría una marcha convocada por la Federación de Estudiantes Universitarios (FEUE). Por experiencia, en Manta, a las marchas asisten los que convocan y uno que otro allegado, es raro que la ciudadanía se sume. Les pasa a las feministas, a los estibadores, a los ecologistas…

Pero venía de un evento periodístico, lo mínimo de coherencia era ir a la calle y confirmar si era otra marcha marchita o la excepción de la regla. Dejé mi maleta en casa y fui a pie hacia el lugar anunciado para la concentración. 

Alcancé a los manifestantes cerca del Yacht Club. Eran más de los que imaginé. Sonaban cacerolas. 

La población de Manta se manifiesta apoyando la protesta en Quito. Video: Diana Zavala

Por la vía Puerto-Aeropuerto avanzaba una pancarta abogando por la liberación de Jorge Glas. 

Por ahí un carro con su altoparlante soltando la versión correísta de Bellaciao: «ecuatoriano, sal a la calle y Lenín chao, Lenín chao, Lenín chao, chao, chao. Esta mañana me he levantado y he descubierto al impostor». 

Muy cerca de ese vehículo, un grupo lucía camisetas con la leyenda La rebelión de los zánganos, gritaba que la prensa estaba comprada, que había que luchar por la libertad de expresión. Consignas saliendo incluso de bocas que un día estuvieron al servicio de la Supercom. 

Me hice la pregunta obvia: ¿es esta una marcha correísta? 

La actriz Gloria Leyton (Crónicas – Sebastián Cordero) me respondió de la manera más gráfica. Portaba junto a su hijo una pancarta aclaratoria: «ni Correa ni Moreno, la lucha es del pueblo».

La actriz Gloria Leyton (Crónicas, de Sebastián Cordero). Foto: Diana Zavala

Al filo del parterre otras caras conocidas, amigos de los círculos culturales, a quienes normalmente no mueve un interés partidista. La narradora Tatiana Mendoza registraba con su cámara la manifestación. Como estudiante de periodismo entendió que ahí estaba eso que ninguna facultad puede enseñar. Intercambiamos impresiones. Tratamos de identificar a las fuerzas que había detrás y dentro de una marcha que crecía, que engordaba en su avance por las calles de la ciudad con fama de indiferente.

 

El bloqueo de las calles de Manta. Foto: Tatiana Mendoza @tatimendozaarmijos
Manta enfrentando a la policía. Foto: Tatiana Mendoza @tatimendozaarmijos
La ciudad de Manta manifestándose con la policía atrás. Foto: Tatiana Mendoza @tatimendozaarmijos

¿Por qué es tan raro que en Manta la gente salga a protestar? 

«Pienso que Manta es una ciudad que todavía no tiene los huevos bien puestos, así criollamente hablando, tal vez nos contagiamos de lo que pasa en la capital o en Guayaquil, pero no hay una perspectiva propia de lo que se quiere, de lo que verdaderamente se lucha. Lo veo más bien como un contagio, como enfermarse de una gripe (…) hay un problema más profundo en el mantense, y un alcalde que medio se pronuncia», me dijo en esos días Mendoza. 

Carlos Valencia, actor, apunta que Manta no tiene tradición en grandes protestas por temas nacionales, pero sí se ha parado por intereses concretos y locales, como el paro por las obras portuarias (1958). «Lo que no ha existido es conciencia sobre lo que es una lucha social». 

Aquel 7 de octubre la marcha terminó con un plantón frente al Palacio Municipal que estaba sitiado por policías. Los manifestantes exigían que el alcalde Agustín Intriago saliera al balcón, que diera la cara.

La población de Manta en las calles. Foto: Diana Zavala
Los manifestantes recorriendo las calles de Manta. Foto: Diana Zavala

*** 

Al día siguiente, un amigo me envió un mensaje para preguntarme si iba a la marcha. ¿Otra? 

Ya no vi ni escuché a los de las camisetas de los zánganos, en esta había globos celestes y blancos. Mucho orden, mucho coro, menos cacerolas. Terminó en el Patronato Municipal con una asamblea ciudadana. El auditorio estaba a reventar. En discursos encendidos salía una que otra consigna del paro nacional: fuera FMI, no a la eliminación del subsidio a los combustibles y la consiguiente alza de pasajes… Pero todos terminaban exaltando la labor del alcalde, quien se encontraba en la mesa. Cuando fue el turno de la dirigente Betty Fioravanti, ella inició con una anécdota, le recordó a Agustín Intriago cuando mocionó su nombre para la Alcaldía. 

Las barras municipales aplaudieron. 

Luego le habló de la decepción de no haberlo visto caminar el día anterior junto a su pueblo. 

Le llovieron abucheos, luego las barras, para no dejar que Fioravantti hablara, gritaban sin cesar: «Te queremos, alcalde, te queremos; te queremos, alcalde, te queremos». Así hasta que el propio Agustín Intriago tuvo que calmarlas. 

La Asamblea terminó con una resolución de los empleados: llevar al Alcalde en caravana hasta el Palacio Municipal, para que el pueblo viera que estaba con el pueblo: “te queremos, alcalde, te queremos”. 

En la tarde del 9 de octubre hubo otra marcha, esta vez llena de banderas rojas, convocada por el Frente Unitario de Trabajadores. Al finalizar, en la plaza cívica Eloy Alfaro, a más de uno escuché pendiente de que le apuntaran la asistencia en la lista. 

Los fotógrafos que se veían en las marchas no eran de medios de comunicación. Se trataba de ciudadanos preocupados por hacer un registro. La sola presencia de chalecos, equipos profesionales generaba rechazo por parte de los manifestantes, porque en televisión se vio a muchos reporteros tergiversando la información para satanizar la protesta. Entendí que lo mejor era registrar con el celular, hacer menos preguntas y observar más, tomar una que otra nota en bajo perfil. 

*** 

Una semilla de protesta social había sido sembrada en la ciudad que poco caso hacía a las luchas nacionales. 

Un día, después de una manifestación, caminé sola por el centro de Manta. Estaba desolado. En una esquina, policías custodiaban un edificio bancario. Aceleré el paso, como cuando presientes que el mal te respira en la nuca. En otras circunstancias me hubiera aliviado verlos, pero en ese momento sentí miedo de las fuerzas llamadas a la protección. No era gratuito. Por redes sociales habíamos visto sus artes represivas. El terror a caballo. 

Manta entendió que, ante la discriminación, el racismo, el clasismo, la masacre, no se puede ser neutral. Los ciudadanos se activaron en solidaridad y rebeldía. Fue como una flor rompiendo el asfalto. 

En pleno estado de excepción se organizaron puntos de recolección de donaciones para enviar a los manifestantes en Quito. Fue el caso de La Trinchera que abrió el teatro para una jornada cultural en la que se solicitó alimentos, medicinas, abrigos, pañales… 

Gloria Leyton es un rostro conocido por ser actriz, también porque siempre está en las calles cuando hay que reclamar los derechos: laborales, de la naturaleza, de las mujeres, de la niñez. Ella, que sabe de convocatorias con poca respuesta, piensa que en octubre las marchas empezaron con motivaciones partidistas, pero que luego las circunstancias tocaron las fibras íntimas de los ciudadanos y eso hizo que la protesta fuera más sentida desde las bases. «Es como cuando sales a dejar todo en la cancha, o cuando dices hoy estamos, mañana no sabemos, vivamos la unidad del presente, y se activa el ecuatorianismo, el manabitismo, y ya no quieres parar». 

El cacerolazo que ensordeció a Quito tuvo una réplica en Manta. 

El 13 de octubre hubo protestas masivas desde la mañana hasta la tarde, ya no se vio a los manifestantes de las camisetas, no se escuchó la canción correísta, tampoco se vio a los empleados municipales y sus globos, nadie estaba pendiente de que le tomaran lista. Al contrario, había gente cuidando que no se infiltraran manifestantes que causaran destrozos a la propiedad pública y privada, nadie estaba dispuesto a dejar que arruinaran la marcha. Un helicóptero siguió la movilización, tratando de meter miedo. Frente a la Fiscalía y en cada Unidad de Policía Comunitaria (UPC) un grito retumbó: asesinos, asesinos.

Manifestantes coreando: «¡Fuera, Lenín, fuera!». Video: Diana Zavala
Manifestaciones afuera de la Fiscalía de Manta. Video: Diana Zavala

La marcha terminó bajo el puente a desnivel que une a Manta con Tarqui (parroquias). El Himno Nacional fue coreado con vehemencia; con la mano en el corazón encontré cantando a Carlos Valencia.

El Himno Nacional coreado en contra de las medidas del Gobierno. Video: Diana Zavala

Para escribir esta crónica le pregunto si Ángel, su personaje de la película Ratas, ratones y rateros (1999), apareciera en esta época, qué pensaría. Me dice que las cosas las encontraría igual o peor. La película de Sebastián Cordero retrata el Ecuador en el descalabro económico y social de fines de los 90. 

«Hay muchos problemas más latentes, el crimen ya no es una delincuencia que está marcada por la necesidad, ya todo es organizado, delincuencia política, administrativa, todo parece que se ha organizado desde arriba para que vayamos perdiendo la fe».

Carlos Valencia, protagonista de Ratas, ratones y rateros (1999)

La noche del domingo 13 de octubre, Ecuador vio por televisión nacional la primera parte de un diálogo de paz que hacía retroceder al Gobierno del paquetazo, y que deponía la medida de presión de los manifestantes. Fin del paro. 

Al día siguiente volví a usar el transporte intercantonal. El pasaje en los buses ejecutivos de la CTM (Cooperativa de Transporte Manabí) había subido diez centavos. Antes del paro, costaba $1 de Portoviejo a Manta, y de Manta a Portoviejo $1,10. Este último más caro porque la salida es desde la terminal y se paga la tasa para pasar un torniquete. 

En la terminal de Manta, un letrero indicaba que el pasaje fijado era $1,20. La dependienta zanjó los reclamos diciendo que eran órdenes de los directivos de la cooperativa. «Lagarto que traga no vomita», les dijo un pasajero. En el paro los transportistas fueron los primeros en negociar con el Gobierno. 

Una semana después, el costo del pasaje desde Manta volvió a su precio normal. Respiré y sonreí ingenuamente. Los diez centavos se lo subieron al pasaje de Portoviejo a Manta, aunque allá los buses no salen de la terminal, no hay que pasar ningún torniquete. Y así consiguieron el alza. 

¡CTM, lagarto que traga no vomita! 

Las calles se manifiestan. Foto: Diana Zavala

Este 29 de octubre, a los siete meses, volví a la terminal terrestre de Manta para comprar un pasaje en CTM con destino a Portoviejo. Me cobraron $1, 25, lo mismo para regresar aunque en Portoviejo no hay que pasar por ningún torniquete. «Es el precio de la nueva normalidad», me dijeron. ¡CTM@#$$$$$, lagarto que traga no vomita y siempre quiere más!

De octubre a octubre la rabia ha crecido como un ceibo espinoso.

Diana Zavala (Jipijapa). @diamzr Periodista y escritora. Ha colaborado con La Hora, Mundo Diners, Soho – Ecuador, Mundo Hispano, El Público (España). Autora de los libros de cuentos Carne Tierna y otros platos y Breve(r) dades. Sus relatos integran varias antologías de la nueva narrativa ecuatoriana.

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