Por: Nicole Foss |
Terminé y sustenté mi tesis a inicios de marzo. Lo que he estado haciendo en el periodo de ajuste de mi recién adquirida libertad financiera y tiempo disponible ha sido ver Yo soy Betty, la Fea. Quise despedirme de esta etapa y de esta producción escribiendo al respecto.
Mis recuerdos de Betty son prácticamente nulos. Sin embargo, cuando era pequeña, la hora de la novela solía ser sagrada en mi casa: siempre y cuando fuera transmitida por Ecuavisa, que era el lugar de trabajo de mi mamá y mi tía, hasta su jubilación. Al parecer, en su contrato venía implícita la cláusula de no cambiar de canal en sus casas. Allí en Ecuavisa le apostaban más a las producciones de Brasil. Betty la Fea fue transmitida en Ecuador por Gamavisión, un canal que nunca ha tenido el alcance del anteriormente mencionado. Estoy segura de que los de Ecuavisa se dieron contra las paredes allá por los inicios del milenio por haber rechazado este producto colombiano que ahora ostenta el récord Guinness a la telenovela más exitosa en audiencia de la historia.
En fin, cuando mi mejor amigo me dijo que, por favor, viera el piloto de Betty la Fea, y que me iba a encantar cómo en media hora lograban construir las intenciones de sus personajes, nunca pensé que llegaría a estar tan fascinada por las dinámicas de poder tan imposiblemente establecidas en una novela que está cumpliendo más de dos décadas desde su primera emisión; que me instalaría en Ecomoda como si fuese mi puesto real de trabajo y que —no, esto sí no me sorprende, suelo hacerlo— me daría por defender a todas las mujeres consideradas las ‘villanas’ del cuento. Ahora mis conversaciones empiezan más o menos así: «la verdad es que se cayó mi opinión de Sofía después de lo que hizo en el desfile, ¿sí la viste?», «qué insoportable estuvo Armando hoy, gritándoles a todos los empleados», «al paso que vamos, Marcela va a terminar sin creernos que realmente se llama así, ¡qué bestia cómo todos la engañan!».
Sobra decir que la fórmula de Yo soy Betty, la Fea es una que muchos han intentado recrear, tanto de forma directa, con sus múltiples adaptaciones alrededor del mundo —¡incluso en Tailandia!—, como de forma indirecta en otras producciones. Betty la Fea, a diferencia del típico melodrama, incluye en su nómina de personajes principales y secundarios a aquellos que existen desde la otredad, y les da un significado bastante complejo para su época. Sí, el rico se enamora de la pobre en las novelas, pero en Betty, esta economista ‘humilde’, tiene un título de posgrado y se muestra como un ser humano, llegando a cometer acciones que dañan la vida de otras personas y que, vistas bajo la tela de blanco y negro de las telenovelas, la convertirían en un personaje de moral ambigua y no en la protagonista impoluta y juiciosa que venían teniendo estos productos audiovisuales. Por supuesto, por poner otros ejemplos de la diversidad que ofrece YSBLF, también está Mariana, una mujer afrodescendiente que quiere ser modelo y a quien le encanta leer, acertadamente, el tarot a sus amigas. Esto nunca es tomado como una burla; de hecho, se toman tan en serio su lectura de cartas, que es esta acción la que catapulta la inseguridad de Armando hacia Betty, y da pie a su juego sucio de enamorarla para proteger su empresa, y para luego, supuestamente, enamorarse de verdad de aquella mujer que nunca le llevó la contraria y que lo dio todo por él. Y a Hugo Lombardi, que, aunque soporta el desdén de sus compañeros varones con aplomo y, en ocasiones, llega a ser el estereotipo de ‘gay afeminado llevado al extremo’, es de los pocos personajes que mantiene una relación estable en toda la novela, en la que ambas partes se respetan y se desean, mostrándose cariño —aunque no explícito, porque, hola, sigue siendo el año 2000—. Por otro lado, sus habilidades artísticas se vuelven necesarias para los personajes, creando varios puntos importantes de la trama. De esta forma se gana su puesto en la vida de quienes temen su cercanía.
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Resignificando el triángulo amoroso principal de la novela, o, Marcela Valencia necesita un abrazo (o un shot de tequila, ¡me ofrezco a invitarla!)
No quiero ser la persona que dice que Marcela es una pobre víctima de las acciones de Betty y Armando, pero también tomemos en cuenta que no he visto una ‘villana’ más compleja que ella y, sobre todo, no en una telenovela.
Marcela es un personaje, que, por donde se lo mire, está solo. Es huérfana de padre y madre desde quién sabe cuándo. Su novio de toda la vida la engaña abiertamente y la describe como «haciendo un balance de todas las mujeres que conozco, Marcela es lo mejorcito que hay por ahí». Su hermano, Daniel, es un sociópata que tiene conflictos graves con las dos personas a quienes Marcela más quiere. Su hermana, María Beatriz, es una chiquilla despistada que solo aparece para cobrar su cheque de las acciones que le pertenecen a los Valencia (me parece interesantísimo que la hayan nombrado igual que la protagonista y que digan que la menor de los hermanos Valencia solía ser fea, lo que muestra que el dinero compra muchas cosas y que, manejando otro capital, Betty jamás sería considerada fea porque hasta por respeto, se lo guardarían). Su empresa es la única conexión que tiene con su desintegrada familia; por eso la protege con tanta firmeza. Para colmo, a Roberto y Margarita —los padres de Armando, que la criaron como a otra hija, que iban a ser sus suegros y a quienes Marcela realmente trata como familia, al igual que su empresa— también termina perdiéndolos.
Es una mujer clasista, aunque jamás llega a hacer desplantes a personas que considera por debajo de ella, a diferencia de su amiga Patricia. A veces es desagradablemente grosera con Betty, pero en la empresa, con el peor clima laboral del mundo, Marcela nunca llega a maltratar a alguien como cualquiera de los otros gerentes, quienes establecen su poder a gritos. Marcela se preocupa, ayuda a quien puede, respira para no hacer un escándalo en el lugar de trabajo y seguir con su día. ¿Cómo a esta mujer no le ha dado una crisis nerviosa, después de ser víctima de manipulación y de todas las técnicas que Armando le aplicó, propias de una relación tóxica y abusiva en la que ella estaba realmente enamorada? Se me escapa. Patricia, quien parece ser la única persona del lado de Marcela, la sigue a todos lados, pero en sus momentos de dolor e inseguridad desaparece. Si ella se aferra, es porque no tiene una sola persona que la quiera de verdad, porque su actitud tradicional le impide ver más allá de la misma gente que siempre que la ha rodeado y porque básicamente le diseñaron el matrimonio, al estilo de una novela de la época de la Regencia. Marcela Valencia, en todo caso, si realmente la quieren catalogar así, es la villana más respetuosa en comparación con las demás que he visto. Punto.
Betty y Armando son un desastre como pareja principal, y tal vez esa fue la intención de sus guionistas. Desearía con todo mi corazón que la novela hubiera terminado con una Betty independiente triunfando en Cartagena, con su amante francés, dejando que las deudas de Ecomoda se comieran y destruyeran la empresa como lo hizo su presidente, sin piedad, con ella.
Betty obró desde distintos lugares: al principio, desde el miedo de perder su trabajo con una situación económica crítica en casa al tener un padre con deudas y recién desempleado. Después, desde la inexperiencia e ingenuidad que la llevaron a enamorarse del jefe y, finalmente, porque ya no tenía cómo salir de la situación en la que se metió en otra empresa, Betty hizo crecer el dinero que le dieron y empleó a su mejor amigo y a su padre. Mintió, descaradamente, a dos familias sobre su patrimonio y realizó acciones que podrían llegar a considerarse inmorales e ilegales, como maquillar cifras de la empresa. No se le justifica, pero se le entiende. Es un ser humano, y todos los seres humanos terminamos siendo villanos o héroes en la historia de alguien.
De Armando y su sombra, Mario Calderón, solo puedo decir que son desagradables y asquerosos retratos del patriarcado en la sociedad. «¡Oh, vaya, Armando sintió remordimiento y llegó a ver a Betty como una mujer con sentimientos, ¡qué increíble este hombre!». No, a ver, Armando también es complejo, pero tiene muy pocas cosas rescatables. Él y Calderón no valoran la compañía de las mujeres como seres humanos, y las tratan como objetos reemplazables (pobres modelos de Ecomoda, siendo manoseadas y seleccionadas para diversión más tarde, como si de prostitución se tratase, por estos señores que tenían en sus manos sus contratos); son capaces de jugar con los sentimientos de Betty y Marcela cientos de veces, poniéndolas en contra la una de la otra mientras se ríen de ellas. Se escaparon de ser atrapados, una vez más, al igual que lo hace el patriarcado. Tal vez en estos personajes se llega a representar mejor la figura del verdadero villano de la historia, en comparación a cualquiera de los personajes considerados antagonistas, a través de las actitudes misóginas, sexistas y crueles de la sociedad. De hecho, los antagonistas llegan a sufrir constantes humillaciones a manos de ellos dos: obviamente Marcela; Patricia, quien llega a ser incluso golpeada por Armando en uno de sus ataques de histeria; Hugo, quién recibe de su parte gran cantidad de insultos desmoralizantes sobre su orientación sexual a diario; y Daniel Valencia, otro imbécil igual de patriarcal, pero que, para ser honestos, es alguien que haría el trabajo mejor que ellos.
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El género y las semillas de sororidad en YSBLF, o, El Cuartel de las Feas es terriblemente machista e interesado
Hablando de Daniel Valencia, este hombre viola a Patricia de forma explícita en pantalla, pues ella se niega a continuar con el acto sexual varias veces, quedándose llorando en su cama después de que él se va de su apartamento. Se supone que deberíamos odiar a Patricia por cómo hace sufrir a Daniel, chantajeándolo con que va a tener a su hijo, pero estoy feliz que de alguna manera esta mujer esté sanando lo ocurrido esa noche con cada miniataque de ansiedad que le provoca al idiota que se quiso aprovechar de su desesperación al no querer pagar las cuentas —Patricia pasa un tercio de la novela sin luz, sin comer en su casa porque la comida se pudriría— con favores sexuales. Esta no es la única violación casual sufrida por el personal femenino de Ecomoda: la recepcionista Aura María se salva de ser violada con las justas en más de una ocasión. Los dos personajes más sexualmente seguros de sí mismos y de su atractivo, Aura María y Patricia, ambas rubias, curvilíneas, de falda corta y piernas largas, tienen que pagar el ‘exhibirse’ al mundo de alguna forma. No, en serio, siempre que veo a estas dos interactuar con un hombre en la novela tengo miedo de que las violen.
Hay una confusión sobre el feminismo que me deja perpleja. Las mujeres también somos seres humanos, y si otra mujer está obrando mal, ¿cómo es que señalarlo —así como lo hicimos con Dayanara Peralta y su canción que explotó en redes al ser muy similar en letra y beat a la de una canción de lucha, suficientemente burlada ya— nos hace menos feministas? Es absurdo esperar que las mujeres nos caigamos bien entre todas y no denunciemos a una mujer que obra mal porque, entonces, no somos feministas.
Aceptemos, a partir de esto, que Marcela es uno de los personajes más sororos en YSBLF. Ella comprende que debe usar su posición de poder, la única mujer en los mandos más altos, para denunciar abusos que sufren otras mujeres, así ellas no sean sus amigas o, incluso, le caigan mal. Por supuesto, Catalina Ángel, quién le enseña a Betty a quererse y respetarse, es el personaje con mayor capacidad de madurez emocional, y, por ende, la sorora por excelencia de la serie. Es ella quién nos demuestra que Betty nunca tuvo un problema de fealdad, sino de autoestima, y que causa que nuestra protagonista declare, feliz, que «ella también puede ser tan bella y alegre como Brasil», antes, incluso, de que su famoso cambio de look complemente lo que cambió dentro de ella.
Las mujeres del Cuartel de las Feas, menos Inesita (yo, al igual que todos los que trabajan en Ecomoda, estoy de acuerdo con que Inesita es intocable), a quienes no les falta autoestima, jamás ayudan a Betty a mejorar su ánimo ni a que se sienta más bonita, sino a «conseguir marido con plata». Por mencionar otro terrible ejemplo, en lugar de mostrarse felices de que Bertha va a lograr comprarse un carro para ahorrarse incomodidades, la convencen de hacerse una lipoescultura solo para continuar la guerra con Patricia —guerra que se trataba de usar sus mismos vestidos—. ¿Qué tienen en común el Cuartel de las Feas con Betty y Patricia con Marcela? Que, a sus amigas con mayor poder, Betty y Marcela, respectivamente, les proyectan sus anhelos e inseguridades, gobernadas por el interés personal y el egoísmo. Una vez más, personajes totalmente humanos que reflejan cómo funcionan las amistades femeninas en la vida real: el patriarcado nos invita a una intensa competencia entre nosotras, no por logros, sino por la atención de los hombres (esta novela falla estrepitosamente el Test de Bechdel, que mide las interacciones entre dos personajes femeninos y que no giren en torno a un hombre, solo porque sí, sin aportar a la trama). Las verdaderas amistades femeninas, que son, por definición, una resistencia al patriarcado, y la sororidad, comparten un mismo principio: el hecho de que otra mujer triunfe no me hace menos a mí, algo que parece entender Catalina Ángel a la perfección y en menor medida Marcela, en sus mejores (contados) momentos, con Aura María, Sofía y Mariana.
Con esta crítica no quiero decir que la novela no deja de ser un producto mordaz y totalmente divertido para pasar el rato: la serie está satirizando al melodrama desde el primer episodio, y ver a Armando soñar con una Betty pre – cambio de look, que lo persigue para besarlo mientras sostiene un pato (¿?), es la perfección.
Teniendo en cuenta todo esto, y que Armando Mendoza es una basura de persona, si me dan la oportunidad de contar mi final ideal en el 2021: Betty no regresa de Cartagena a salvar la empresa; Marcela Valencia se acuerda que ella también es accionista y se queda en Ecomoda, va al psicólogo a cortar con todas las relaciones tóxicas de su vida, aprende de amor propio, llega a pedirle perdón a Betty por haberse puesto a pelear por ese hombre y humillarla en el proceso (¡qué vergüenza!, se aseguran las dos entre risas), y, al igual que Betty lo hace con ella, Marcela llega a reconocer que Betty es buena en su trabajo y que quiere que se quede en su puesto. En un salto en el tiempo, Armando Mendoza se aparece por las oficinas de Ecomoda con Calderón, ilusionados con supuestas nuevas ideas, a pedir una oportunidad más, y Betty y Marcela solo se miran, pensando lo mismo: «no si podemos evitarlo, no».
Ah, y si Betty termina con el francés en todo este final alterno, pues, perfecto.
Nicole Foss (Guayaquil, 1994) Estudió en el colegio Liceo Panamericano, lugar donde también participaba en presentaciones artísticas como baile y actuación. Inició sus actividades comerciales en el año 2017. Se dedica a actividades de radio y televisión. Recién estrenada licenciada en Comunicación Social de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil. Me gusta ver series y pensar en mejores finales para sus antagonistas. Ah, es un poco irrelevante, pero siempre me puedes encontrar bailando por ahí.
Propongo final alternativo en que Betty se quede con Marcela *guiño guiño*