El cine en la Perla

Joyner K.S.

Guayaquil ha cumplido 197 años de independencia y el séptimo arte no es ajeno a esta celebración ni a la historia de la ciudad porteña. El cine en la Perla del Pacífico hace presencia por primera vez en el teatro Olmedo, fundado en 1857, y que muchas décadas después alojaría un interesante invento: el kinetoscopio. Resulta que para el guayaco era muy incómoda la mecánica del aparato que obligaba a hacer fila, meter la moneda, agacharse y observar por la mirilla las imágenes en movimiento. Fue a partir de mayo de 1896 que en el Olmedo se verían por primera vez proyecciones de películas gracias al ‘Lumière’, como se conocía popularmente al cinematógrafo.

Sin embargo, solo meses después llegaría la más devastadora tragedia para la ciudad durante la noche del 5 de octubre de 1896: el gran incendio de Guayaquil, que desoló casi la mitad de la urbe desde las calles Malecón y Aguirre consumiendo todo a su paso hasta el barrio Las Peñas. El fuego duró hasta la madrugada del jueves 8 de octubre y desapareció sin más. Este hecho afectó catastróficamente al sector económico, social, cultural y, con el Teatro Olmedo en cenizas, también frenó el desarrollo del cine en Guayaquil durante nueve años hasta su reapertura  en 1905, esta vez con mayores adecuaciones y espacios de proyección para los filmes. Allí se presentaron obras maestras del cine mudo con piezas como Viaje a la Luna de George Méliès y Asalto y robo al tren de Edwin S. Porter. El cine evolucionó rápidamente en la Perla, puesto que su progreso alentaría a otros teatros de la época a acondicionar sus instalaciones para la proyección de filmes con el objetivo de quitarle el monopolio al teatro Olmedo.

Curiosamente, solo un año después de la reapertura del Olmedo, en 1906 nace en Guayaquil quien será la figura emblemática de la historia del cine ecuatoriano: Augusto San Miguel quien, en 1924, con tan solo 18 años, proyectaría en los teatros Edén y Colón la primera película ecuatoriana: El tesoro de Atahualpa. Cómo imaginarse a este joven heredero fundando la empresa Ecuador Film Co. para volcarse de lleno a filmar su ópera prima rodada en Guayaquil, Durán y poblaciones a lo largo del recorrido del ferrocarril Transandino. Y es que recordar este hecho histórico produce no solo orgullo, sino también nostalgia porque el legado cinematográfico de este director, dramaturgo y actor, terminaría por perderse sin dejar rastro. Salvo por algunos recortes de periódicos de la época como evidencia, junto con sus otros dos filmes, Se necesita una guagua (1924) y Un abismo y dos almas (1925), se sabe que dejó el cine para luego dedicarse al teatro, llegando a estrenar varias obras hasta su pronta muerte a la edad de 31 años. Difícil es creer que solo recientemente, el 25 de mayo del 2006, se declaró al 7 de agosto como el Día del Cine ecuatoriano por el ministro de cultura en honor al máximo precursor del séptimo arte nacional, y a la vez se crea el Premio Cultural Augusto San Miguel otorgado cada año por el Ministerio de Educación como reconocimiento a los mejores trabajos cinematográficos ecuatorianos.

Esto nos traslada al 2007 cuando, precisamente un guayaquileño, Fernando Mieles, recibe el nombrado reconocimiento por su obra fílmica Prometeo deportado, cuya trama gira en torno a un grupo de ecuatorianos retenidos en la sala de espera de un aeropuerto en un país de la Unión Europea para su deportación. La idea nace de una experiencia personal del director. Después de graduarse en 1992 de la Escuela de cine y televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba, viaja a Europa, pero es detenido y deportado en el aeropuerto de Madrid. Así, después de recibir varios reconocimientos la película se estrenó en 2010, mismo año en que recibe el Premio especial del jurado al Mejor Director en el Festival de Cine Cero Latitud.

Como se observa, Guayaquil poco a poco se convierte en sede de actos culturales que incluyen entre sus filas festivales y encuentros de cine. En lo que va del 2017 se han realizado varias proyecciones de trabajos independientes, documentales, cortos y largometrajes de distintos géneros en diferentes eventos, entre los cuales se encuentra la tercera edición del Festival Internacional de Cine de Guayaquil —finalizada hace poco— con la proyección de más de cien películas provenientes de cuarenta países, 72 funciones en diferentes sedes e incluso obras proyectadas en barrios populares como Monte Sinaí y la Isla Trinitaria. El Festival terminó premiando con la Iguana Dorada a más de veinticinco cineastas en diferentes categorías, de las cuales nueve se adjudicó Ecuador y seis España como los países con más galardones.

Obras para resaltar

Translúcido, una película de Leonard Zelig, director venezolano, con participación del actor guayaquileño Roberto Manrique, quien pasó de coprotagonista a actor principal y fue además productor ejecutivo del filme. Translúcido se hizo con la Iguana Dorada a mejor filme ecuatoriano; esta película, filmada en Estados Unidos por un director venezolano, es la candidata ecuatoriana al premio Goya 2018, en España, como mejor película Iberoamericana.

Entre sombras: Averno dirigida y escrita por Xavier Bustamante Ruíz, un thriller policíaco que logró ser rodado gracias a lo que el productor y actor Juan Pablo Asanza junto a Ruíz denominan cine cooperativa en el que cada persona en el proyecto contribuyó para la realización y que fue filmada en Guayaquil durante veinticinco días consecutivos en locaciones referenciales como las calles céntricas, la morgue, la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Guayaquil y la Universidad de las Artes; se hizo con el galardón a Mejor película guayaquileña y para el 14 de octubre el equipo de producción de este film viajará en una gira de presentaciones por toda Europa.

Mi tía Toty, un filme existencial de Luis Felipe Troya, sobrino de la protagonista, es un documental que llevó más de siete años de trabajo y que retrata a través de sus experiencias, la vida de la actriz ecuatoriana María Rosa ‘Toty’ Rodríguez, quien hizo carrera en Francia en los años 60; diva e ícono de la liberación femenina. Esta cinta se llevó la Iguana Dorada al Mejor Documental ecuatoriano, y será la película inaugural de la VII Semana de Cine ecuatoriano en París, Francia.

Sin duda entre los documentales que generaron mayor expectativa en el público estuvo Si yo muero primero, del periodista y realizador Roberto Muñoz. Esta cinta recopila la prolífica carrera musical del cantante Julio Jaramillo, el ‘ruiseñor de América’, quien hizo de muchos países del continente como México, Uruguay, Venezuela y Colombia, el hogar de diversos pasillos, boleros y valses. Este filme obtuvo una Iguana Dorada en la categoría de Premio del Público a una película nacional y será exhibido en octubre en Washington y Bogotá.

En otras incidencias, La Familia, coproducción entre España, Francia y Alemania, fue elegida como mejor largometraje de ficción del festival. El director de Viejo Calavera, película boliviana, se hizo con el galardón en su categoría, además de que el filme se llevare el premio a mejor sonido. Y entre los países que por primera fueron premiados estuvieron: Bélgica, Paraguay, Costa Rica, donde el galardón a la Mejor Actriz fue para Jimena Franco, una reconocida mujer transgénero de su país, por el protagónico en el filme Abrázame como antes; y Perú que con La casa rosada se hiciera del galardón al mejor actor y mejor edición.

El Festival Internacional de Cine de Guayaquil culminó con excelentes participaciones que engalanaron, durante el mes de septiembre a la Perla del Pacífico y las diferentes sedes donde se proyectaron los filmes. Se espera que cada edición logre igual o mayor éxito que la anterior.

Solo resta decir que el cine en Guayaquil está avanzando paso a paso en tema de difusión, ahora es deber de los nuevos cineastas formados en el país proyectarse con sus ideas hacia la realización de nuevas obras fílmicas que contribuyan a generar un mayor impacto y acercamiento de los espectadores. A la vez, se necesita reforzar las políticas de reconocimientos y apoyo al cine y su producción porque de nada sirve una placa o una foto para la posteridad si al final no se incentiva a los realizadores proveyendo de recursos para sus nuevos proyectos, ya que al final es difícil saber que se concluye un arduo trabajo, para, a la postre, darse cuenta de que se vuelve a empezar desde cero. Esto no es algo que se consigue de la noche a la mañana, pero tampoco es imposible creer que un día no muy lejano se podrá ver una verdadera industria del cine construida a pulso por nuevas generaciones de cineastas.

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