Intimas sonoradidades en el cine de Chantal Akerman

Lulio Garcia

Fragmento «Chantal Akerman» de Sonia Wieder-Atherton

Un día conocí a un músico, un pianista clásico, al día siguiente vivía con él, al otro día me trajo de París un cofre de filmes titulado Chantal Akerman, filme Sonia Wieder-Atherton. Durante el resto de días la música y el cine devinieron un solo cuerpo, y como todo cuerpo, este se descompuso.

            Durante mis investigaciones sobre el cine de Chantal Akerman el nombre de Sonia Wieder-Atherton estuvo presente en cada línea, en cada palabra, y en ciertos filmes de esta cineasta. Escribe Franck Nouchi, periodista que encontre en las páginas del Cahiers du cinéma: Auto-portrait Chantal Akerman (2004) «Es imposible de dedicar un libro a Chantal Akerman, a sus filmes, a su universo sin evocar a Sonia Wieder-Atherton»[1] una mujer que acompañó la inspiración y la creatividad de Akerman durante más de veinte años.

            En el cofre está el cortometraje Trois strophes sur le nom de Sacher de Henri Dutilleux que dura doce minutos. En el filme se observa a Sonia interpretando los tres movimientos que componen la pieza: Un poco indeciso, Andate Sostenuto y Vivace. El cortometraje es un óleo, cuyos matices se complementan con la música homónima. La mirada de Akerman es parcialmente inmóvil y mantiene la distancia justa para que el tiempo cinematográfico y el tiempo de la música se encuentren dentro del cuadro. Aquel encuentro de sonoradidades y colores dan paso a que el espectador imagine un dialogo entre estás dos artes; entre estás dos mujeres que comparten sus más íntimos secretos, su romance, sus tristezas, sus alegrías, su privacidad entre las paredes de una chambre parisina que parece ignorar el cotidiano de las personas que están de l’autre côté y que son visibles desde el balcón del departamento. De l’autre côté ocurren acciones ajenas que acompañan la movilidad de la imagen paciente y noble que sugiere Sonia mientras toca el violoncello.

            Aquella chambre, aquella música, aquellos tonos rojizos, tierras, mamey, aquella luz fría que entra desde el balcón y que contrasta con la cálida luz de una lámpara, me transportan al departamento que tantas veces abrigó mis sueños, y los del músico que, con su calor, me daba fuerzas para luchar contra las noches frías que terminaban en la mañana con el caer del rocío y, en ocasiones, con la voz de Jeannine Altmeyer interpretando a Sieglinde en La Valquiria, tercer acto de la opera El anillo del nibelungo de Richard Wagner.


[1] Franck Nouchi «Journal d’une paresseuse-Rue Mallet-Stevens-Trois strophes sur le nom de Sacher de Henri Dutilleux- Avec Sonia Wieder-Atherton»París: Cahiers du Cinéma, 2004. 199.

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