Silence y el viaje como experiencia transformadora

Rafael Plaza Andrade

¿Hacia qué destinos nos lleva nuestra búsqueda de expresión? Aquella en la que un artista procura extender su conocimiento, identificar puntos de vista, dilatar su comprensión del mundo a través de la cual explora lugares ajenos al propio, que le permitan distanciarse de su zona de comodidad, y que le proporcionen la facultad de plasmar lo que busca desde una visión más ecuménica. Es curioso que quizá, a veces, en esa movilización para la indagación del saber, pueda suceder que la obra termine encontrando al creador. Así fue como Martin Scorsese, mientras se hallaba en Japón para personificar el papel de Vincent van Gogh en la película Sueños (1990) de Akira Kurosawa, conoció la novela de Shusaku Endo en la cual basaría su filme de larga gestación, Silencio (2016).

Tanto en La última tentación de Cristo (1988) y Kundun (1997), que formarían junto a Silencio una especie de trilogía temática sobre la fe y la religión,descuella el hecho de que las figuras representadas en las tres historias inician un viaje de búsqueda interna, para su director han significado asimismo un proceso para adentrarse en preguntas personales sobre sus propias convicciones. En el caso de Silencio, lleva a cabo el relato sobre dos sacerdotes jesuitas que se embarcan hacia el Japón del siglo XVII en un periplo trascendental para sus vidas, en el que intentan encontrar a su mentor y esparcir los ideales de su dogma.

¿Qué conlleva el acto de partir hacia otro lugar para exteriorizar los propios pensamientos, reflexiones ideológicas o ultimadamente nuestro arte? El desplazamiento de los dos sacerdotes portugueses, y sus vivencias durante el filme, pueden asemejarse a lo que experimenta un artista al movilizarse de su sitio de origen para intentar gestar su obra desde otro punto. Al trazar ese paralelismo es posible reconocer en los dos personajes la necesidad de afrontar las diferencias de ideas o costumbres con las cuales se encuentran. Las vicisitudes que se presentan al ser un forastero, dudar de todo, el desconocimiento del nuevo espacio, el cambio de ambiente, la constante búsqueda de sentirse útil en una zona que resulta extraña, intentar mantener los ideales y el factor de a veces entrar en modo de supervivencia.

Pero de igual manera, ese paraje que se manifiesta inédito genera en el artista una persistente avidez cultural, un afán por cultivarse para aprender y escuchar la forma en que ese nuevo territorio se comunica con él. Incita a desear encontrar la sabiduría que ese lugar le puede brindar y a tratar de comprender cómo esos conocimientos pueden acoplarse a su arte. En Silencio, uno de los personajes se ha ajustado al estilo de vida japonés, a modo de unLafcadio Hearn del Seicento; sin embargo, continúa poniendo en práctica sus destrezas, aún escribe y procura educar desde su saber.

Probablemente, la constante interrogante para un artista que se encuentra en calidad de foráneo sea si decide ceder y habituarse a abrazar y ser parte de la cultura de ese lugar, o si por el contrario se rehúsa a acoger el estilo de vida de donde ha llegado. Esta pregunta configura una de las ideas decisivas para el destino de los personajes en Silencio. La respuesta tal vez se encuentre desde dónde halla, descubre y exterioriza mejor su expresión artística, si desde la adaptación o desde la resistencia.

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