Dancer in the dark: una tragedia musical

Niza Ochoa Castañeda


En la 53 edición del Festival de Cannes, Lars Von Trier fue reconocido con La Palma D’or por su película Dancer in the dark, donde Björk encarna a Selma, una inmigrante checa que junto a su hijo intenta rehacer su vida en Estados Unidos. La protagonista padece una condición que deteriora su vista paulatinamente, y al enterarse de que su ceguera es hereditaria, Selma se obliga a trabajar horas extras en una fábrica para poder cubrir los gastos de la operación de su hijo. Pese a las dificultades que la rodean, ella encuentra refugio en los musicales y cuando algo malo ocurre ella lo confronta cantando.

Esta cinta rompe con los objetivos y reglas planteados por el Dogma 95, que fue un movimiento que aspiraba a la purificación del cine, rechazando recursos como efectos especiales, construcción de sets o iluminación artificial. Von Trier, quien fue uno de los fundadores del movimiento, filmó sus obras previas siguiendo las consignas del Dogma. Dancer in the dark, en cambio, fusiona dos perspectivas: la realidad filmada con cámara en mano y la visión de Selma cantando, donde no solo las técnicas cinematográficas son diferentes sino también los personajes, acoplándose al musical y siguiendo las coreografías de las canciones. El contraste de estos recursos conforma la representación de la tragedia que viven muchos inmigrantes de la clase obrera frente al optimismo del sueño americano.

Esta película se desliga de las promesas de Hollywood, mostrando otras realidades que transgreden la comodidad de los espectadores. La historia de Selma es común en todo el mundo: una mujer que no pudo explotar su potencial artístico, y que es víctima de abusos de poder debido a su condición socioeconómica y al trato injusto que recibe por ser inmigrante.

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