Cicatrices de ciudad

Nicole Coronado

La ciudad como texto. Un lugar desconocido es una página en blanco

El ser humano es memoria. Pienso en mi casa de infancia; en el monumento a un burro en Machala (cuentan que el burrito murió por cargar mucho peso y al subir el aguaje se lo fue llevando); en las casitas coloniales de Zaruma, ciudad que parece haber quedado inmortalizada en otro tiempo; en la dulcería La Palma, tan famosa en el Guayaquil de antaño. A veces la memoria es más como queremos recordar las cosas que lo que ocurrió realmente. O quizá, más allá de la realidad, la memoria es lo que nos queda después de que los hechos han tomado lugar.

Si bien monumentos, o incluso locales, forman parte de la memoria colectiva de la ciudad, me quiero concentrar en la memoria individual. En cómo nuestra memoria da, a la ciudad que habitamos, un significado distinto, y también cómo uno percibe la ciudad desde lo sensitivo.

Sobre el mapeo de afectos

Ciudad/Memoria

Me preguntaba en qué instante la ciudad deja de ser un lugar extraño. En Guayaquil pude, por primera vez, recorrer una ciudad libremente. El habitar la ciudad solía ser algo lejano, aquello que ves pasar a través de la ventana.

Pienso en el mapeo de afectos como el lenguaje preciso, un mapa construido a partir de las sensaciones que funcionan como evidencia del envejecimiento triple: de los lugares, de la escritura y de la memoria.

Veo tu blusa naranja ilesa / tus principiantes senos de azucena / y siento que me duele la memoria” “Bebemos y la ciudad se convierte en una sinfonía dulce y etérea”“Bola de sangre / Como lanzarte del agua al gran vacío/ partes / y estoy demasiado sola” “Escuchen cómo duelen las palabras que no llegan al eco de un tímpano / allí, el lenguaje es una hendidura” “Desnudos vamos hacia todo lo que amamos” “Aquí no hay poesía, tan solo violentada carne” “De dónde viene su sangre incendiada y hacia dónde va“Qué sabemos de recaer si al día siguiente estamos tan bien” “Mi cuerpo es un florero vacío” “Mar. Luna. Espejo del tiempo”.

Los mapas, al estar indisociablemente unidos a la dimensión espacial y visual, en contraposición con la palabra oral, ligada al tiempo lineal y a la audición, será el espacio donde la escritura pueda desplegarse. El mapa es una forma de apropiarse del espacio y, en mi caso, de reconciliarme con él. Ocupar calles y edificios es ver más allá de ellos y quedarme con lo que provoca… o evoca.

El enfoque cambió cuando empecé a escribir sobre el mapa. Cada lugar es un color y cada color una sensación. Todo lo que lograba eran versos ajenos o fragmentos de relatos que asociaba con cierto lugar. Una nueva aproximación desde lo literario.

Mis lecturas se fueron anexando al mapa, la poesía lo habitaba todo: leíamos en los bares, las veredas y las casas. El mapeo fue mi forma de conectar con lo que me rodeaba, volver a las calles.

Ocupar la ciudad sin miedo y sin fantasmas.

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