Palimpsesto de dios(es): un retrato desde la disidencia

Al lector:

En la Feria del Libro de Guayaquil, en septiembre de 2021, tuvimos una conversación en torno a la edición en tiempos de crisis. Los procesos de Tangente Rosa y No Binario, la presente edición, estuvieron atravesados por desplazamientos, recortes presupuestarios, el virus, políticas económicas de corte neoliberal, cambios en el equipo editorial y el desgaste físico/psíquico/emocional: acontecimientos que han afectado tanto al equipo de Tangente como a la comunidad de la Universidad de las Artes. 

Tangente es un espacio conformado por estudiantes que trabaja para su comunidad, razón por la que recientemente hemos abierto una convocatoria de miembros. Uno de los retos más grandes de la pandemia y el estado de emergencia es que la virtualidad nos ha alejado de quienes se incorporan a esta comunidad.

Empezamos la idea de este número en junio del año pasado, en el marco del Orgullo, bajo la dirección de Victoria Vaccaro. Cerramos este número en febrero de 2022, retomando un proyecto que ha pasado por diferentes procesos que nos han llevado a repensar las formas de trabajar una revista como estudiantes de artes y vincularnos con el trabajo y gestión de nuestros compañeros, acercarnos a nuestra comunidad lectora e involucrarlos en el proyecto. Empezamos este año nuevo con la gran noticia de que pronto volvemos a las superficies del papel.

Comité Editorial Tangente No Binario

Bryers Espinosa

Nicole Coronado

Nicolás Esparza

Doménica Concha

Carlos Morante

Palimpsesto de dios(es): un retrato desde la disidencia

Hablar de género es hablar de lo que generalmente se conoce o de lo que percibimos por «género». Cuando casualmente pregunto a cualquier persona con la que entro en contacto sobre este tema, nunca me he encontrado con una definición igual a otras que he escuchado, o incluso a la mía. No puedo exigir que todos tengan la educación que yo tuve o que tengan mis convicciones, como tampoco los demás me pueden pedir que crea en lo que ellos creen. Cuando vives en un país como el mío, tienes que acostumbrarte a estar rodeada de una ignorancia colectiva. Pero, mientras más pondero sobre este asunto, más me asalta una pregunta: ¿cómo es que algo tan elemental para la construcción de la identidad individual, tan antiguo como el mismísimo planeta y tan debatido en estos últimos tiempos pueda ser tan desconocido? Es increíble, para mí, todavía pensar que esta construcción sociogenérica solo se limite a un número de características biológicas y culturales que, prácticamente, impulsan a los seres humanos a reproducirse como conejos y a hacer del mundo un lugar cada vez más inhóspito. Pero vamos, no se le puede exigir un título en estudios de género a mi abuela de setenta y seis años que me sigue llamando «mijito» y al mismo tiempo me dice «qué guapa te ves». 

La palabra ‘género’ viene del anglicismo gender, compartiendo el mismo origen etimológico con la palabra latina genus que, en sí, tiene una variante de significados, desde «carrera» hasta «origen». Entonces, podemos concebir el género como el origen de la identidad social, sexual y metafísica del ser humano. ¿Pero podemos realmente considerarnos genéricamente hombres o mujeres de acuerdo a una asignación previa? La mayoría de las personas cree que sí, ya que solo un 0,4 % de la población mundial es trans y el número de personas no binarias es mucho menor. El resto de la población vive sus vidas con total aceptación de su identidad, disfrutando del género que correspondió a sus sexos al nacer. Pero esto no nos concierne al 0,4 % de la humanidad. Somos los que adquirimos, a través de la experiencia y el desarrollo psicosexual, un conocimiento más allá de aquel momento en que un doctor determinó un género que «encajara» con nuestro sexo biológico. Entonces se puede deducir que la incógnita del género traspasa lo biológico, lo fisiológico, lo filosófico, todo lo que nos toca en nuestra íntima evolución. Antes de la moral que popularizaron las religiones abrahámicas desde hacía dos milenios antes de Cristo, la concepción de un tercer género ya era de conocimiento general en las primeras civilizaciones europeas, africanas y americanas: los sacerdotes de Inana, conocidos como gala, eran reconocidos por su androginia y, por consiguiente, el rechazo a una sola forma de expresión sexual genérica, ejerciendo la prostitución sagrada y los rituales templarios para la diosa babilónica del sexo, amor y belleza (predecesora de Afrodita y Venus). En India, las hijras, figuras ancestrales que han trascendido hasta la actualidad, son personas de género disidente que no se identifican con el binomio hombre-mujer, se maquillan, visten con ropa de mujer y durante siglos gozaron de gran respeto y un cierto estatus social, ya que antes de la colonización británica, la ambivalencia sexual y la fluidez de los géneros estaba muy presente en la mitología hindú, con divinidades que cambian de género o la incorporación de los dos sexos en una sola persona. En África, chamanes andróginos conocidos como chibados o quimbandas en la región del Ndongo (actual Angola) ejercían sus rituales ancestrales, se casaban con hombres honorables de otras tribus y tenían un alto estatus entre las otras tribus hasta la colonización portuguesa y la imposición de leyes que prohibieron su modo de vida. En nuestras tierras, la existencia de huacas o chamanes qariwarmi (hombres-mujeres) está documentada por los cronistas españoles de aquella época, dando a entender que estos seres sagrados conformaban un tercer género, ejerciendo servicios rituales masculinos y femeninos. 

Este recorrido histórico nos sirve para ubicar en un contexto a la disidencia sexo-genérica que elige no representar o ser parte de una mitad, encasillamiento del cual la gran mayoría de personas somos culpables en cierto modo por asumir la identidad sexual de aquellos que nos rodean, empujándolos a comportarse, o, mejor dicho, a asimilarse como «un hombre» o «una mujer» gracias a la educación colonial que hemos heredado de los conquistadores. Paul B. Preciado, en su informe a la academia de psicoanalistas de Francia, hace una extraordinaria comparación entre el discurso heteronormado y el discurso de Pedro el Rojo, personaje de Kafka en Ein Berich für eine Akademie: la crítica de Preciado a la asimilación de la binariedad genérica como un patrón de comportamiento traza un puente hacia la crítica que el personaje kafkiano hace al humanismo europeo, el cual propagaba una asimilación de la sociedad cosmopolita como el único paradigma de civilización moderna. Como Preciado, como Butler, como todos los filósofos que han generado teorías sobre la relación entre sexo, género, identidad y sociedad, la generación queer contemporánea tiene sobre sí la inmensa responsabilidad de combatir la concepción colonial de nuestra relación con la corporalidad y repensar nuestros propios límites a partir del mayor vehículo de educación: la visibilidad. No basta con generar material, no basta con textos y encuestas y censos que muestren una realidad de por sí bastante disputada; hay que combatir los patrones genéricos establecidos desde nuestros propios cuerpos, nuestra imagen, nuestra interacción con las generaciones anteriores y posteriores. Es por este fin que la revista Tangente me ha dado la oportunidad de visibilizar a la parte de la población mundial que es prácticamente invisible en lo legal, en lo médico, en lo socioeconómico. Espacios como este son formas de supervivencia ante el constante ataque de un conservadurismo anclado en estatutos morales expirados, rompiendo con la bipolaridad de sexo y género que hasta recientemente ha dominado el pensamiento occidental popular y científico. 

Recuperar un sentido de nuestras raíces identitarias nos da la base para fomentar una nueva educación consciente de la diversidad que incluso habita dentro de nosotros mismos. No puedo dejar de pensar en una respuesta de Sophie a la pregunta sobre su sistema de creencias: Dios es trans. La no binariedad es parte de nuestra composición cromosomática, nuestros genes, nuestro ADN. En nuestros cuerpos habitan células masculinas y femeninas. Tenemos en nuestro interior la capacidad de ser todo, de no ser, de ser únicos. Y Tangente lo celebra con esta edición. Somos lo que nuestros ancestros fueron miles de años antes: palimpsestos de dios(es), signos sagrados, símbolos de la resistencia.  

Que desborda cada encasillamiento o generalidad, porque sí, somos reinxs, mountrxs, cyborgs, fuerza, diversidad, pero también somos piel, sensaciones, afectos, ternuras, humanxs, familia, y todo lo que se encuentra entre estos puntos. Somos esa resistencia a definirnos para ser «entendidxs», resistiendo a los extremos y a la comercialización de una estética no binaria, porque podemos ser todo el show y performances que queramos o podemos ser la simplicidad en nuestra propia esencia, no respondemos a una imagen o canon, somos el futuro, el presente y también hemos sido el pasado, siempre presentes, solo que atropelladxs o alabadxs según las construcciones previas a nuestras existencias. 

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