Las voces del silencio

Las aspiraciones humanas engañan al hombre que idealiza cada elemento de su vida, que se mantiene esperando, siempre a la expectativa de que se desarrolle todo aquello que planeó como lo anhela y sueña. La televisión y su gran fuente de ‘creatividad’ es este mago que cumple y reinventa los deseos y sueños de sus televidentes, sobre todo, mediante la transmisión de sus telenovelas.

Estas telenovelas tienen como finalidad atrapar al espectador enfocándose en lo que más lo conmueva, es decir, apelando a lo más profundo de sus sentimientos; haciendo hincapié en venderles la idea del ‘amor’, aquella fuerza que puede contra todo y todos. Consiguiendo materializar esta noción que se crea del ‘amor ideal’, que no es más que una ficción de la vida y su desarrollo. A partir de ideas inverosímiles nos enseñaron a amar.

Su desenlace no culmina en el acto de captar la atención del público; esta forma de representar las relaciones interpersonales ha conseguido que los espectadores adapten estas conductas ficticias a su rutina diaria, asociando comportamientos insanos como toda clase de violencia (física, sexual, verbal o psicológica), engaños constantes o normalizar conductas como los celos.

***

La construcción de “La palabra olvido” de Jenniffer Zambrano, relato del libro La última hora, logra bosquejar las líneas de este sueño, en las cuales se van difuminando poco a poco los gritos de todas aquellas víctimas que perecieron a manos de este ‘amor’ que con sus manos amordaza su voz, que suavemente quiebra sueños, que constantemente destruye almas y anhela fervientemente cortar alas, hasta tratar de convertirlos en un silencio perenne.

A María Luisa, decía el periodista, motivado por los celos, el novio le había sacado los ojos porque sentía que estaba mirando a otros a sus espaldas.[1]

Cuando el sueño se convierte en realidad, enfrentarse a esta supuesta perfección se convierte en un momento aterrador. Zambrano, a partir del enunciado, reinterpreta el silencio de fondo de estas relaciones hasta asociarlo a un caso en particular, la irreal vida de la “Vane”. Joven, hermosa, popular, más desarrollada que sus amigas, colegiala y amante del shopping, la Vane era el epítome de la chica perfecta, su vida se manifestaba con normalidad hasta que conoce a Edu, un muchacho mayor, quien se encargó de permanecer a su alrededor en todo momento. Siempre buscando más.

Los veo rozando sus brazos, sus mejillas, los ojos de Eduardo anhelando la juventud de la Vane, que, si no hubiese sido por la mamá, o por mí, en ese mismo momento se hubiese abierto el pecho, como flor fresca, para entregarle todo lo que él le hubiese pedido, tómame, toda tuya, Eduardo, pero se conformaron con un beso dulce en los labios cuando la mamá de la Vane regresó a la cocina.[2]

Tan constante que, en una supuesta salida a la casa de una amiga, la Vane desaparece sin dejar rastro alguno, aunque ese nunca fue su destino. Así, la vista recae en él y todas las pistas apuntan a Edu como el principal sospechoso, ya que se asume que no fue a ver a una amiga sino a él. Pero todo pasa con los meses y Edu también, de apoco se desvincula del caso. Volviendo a la Vane, una sombra en los sueños de su madre y un nombre más en la página del olvido. Él se marchó y tomó su propio camino sin obligación, pero ella se fue sin opción a volver, le arrebataron esa posibilidad.

Es así, de la violencia y este amor nace la semilla del silencio, florece rápidamente, para callar mansamente la voz y lanzar al amado con los pétalos arrancados a un profundo hoyo en el olvido en la memoria colectiva. Ahora los vestigios danzan con el viento.

La transformación del silencio en palabras y obras es un proceso de autorrevelación y, como tal, siempre parece plagado de peligros.[3]

El silencio, la omisión, la oscuridad, y el temor alimentan poco a poco al perpetrador, a aquel victimario que ronda las noches y los días buscando a sus presas en cada esquina, calle u hogar. Aquel que a veces se oculta en un rostro amable y familiar. Esta ausencia de palabras invisibiliza a su vez el dolor y humillación sobre su víctima.

Evadir el silencio y construir una voz, que alguna vez se creyó rota, sin duda, contrae el miedo a la exposición social, al rechazo familiar y la culpa. Sin embargo, puede significar dejar atrás y renacer sin ataduras.

Esta es la forma en la que se ha enseñado a amar, fugazmente y sin lógica. Entre silencios eternos y gritos sordos envueltos en niebla sin que se pueda distinguir la idealización de la realidad, tratando de opacar al mundo y consumiéndose en seductoras fantasías que solo muestran su verdadero rostro cuando lo desagradable de su ser acarrea consecuencias inolvidables y permanentes.


[1] Jeniffer Zambrano. “La palabra olvido”, en La última hora (Guayaquil: UArtes Ediciones, 2018): 21.

[2] Zambrano, “La palabra olvido”, 26-27.

[3] Audre Lorde. “La transformación del silencio en lenguaje y acción”, en Hermana Marginada. Ensayos y Conferencias (The Crossing Press / Feminist Series, 1984).

Alejandra Victoria Blum Fuentes(Guayaquil, 1999).

Estudiante de la carrera de Literatura de la Universidad de las Artes. Amante del arte y la historia. Sus intereses artísticos se enfocan en el desarrollo de la historia del arte hasta el medio contemporáneo y en el campo literario clásico y moderno.

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Instagram: @ale_vicky16

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