Anotaciones desde el desprendimiento

Por Nicole Coronado |

Amar y ser amado, un cuerpo afectado por la idea del amor.

De pequeña no me preocupaba mucho el matrimonio y jugar con bebés de plástico me parecía poco estimulante. Dentro de mi imaginario yo no era bonita y, por ende, no era digna de amor o de nada en absoluto. La belleza se presenta como el pasaporte a un mundo en el que eres respetada y deseada. Ser siempre jóvenes, bellas y discretas. Ahora dicen que todos los cuerpos son bellos y nos mantienen atados a la idea de belleza para sentirnos válidos.

El no-ser bonita tenía sus ventajas: en ese imaginario me sentía segura, las niñas aprendemos más temprano que tarde que tenemos el ‘don’ de concebir, no había un miedo más grande y perturbador que la idea de dar a luz, me atormentaba, aquello fue entendido como un proceso doloroso y desgarrador, muchas veces cruel por el trato de los médicos y las luces cegadoras de un hospital.

Siento que todo lo que escribo es como gestar, una idea crece dentro de mí y es expulsada de una manera dolorosa.

Realizar una arqueología de los afectos es un proceso del que no puedes salir limpio. Pensar en las formas en las que aprendemos a amar y hacer un recorrido por la familia, la casa, la habitación y las horas frente a la pantalla. Sentir tantas emociones que no entiendo: una mujer llorando por un abuso era una forma de dolor todavía abstracta y desconocida. Descubrir un día que mi madre llora a escondidas al pie de la puerta principal, y llorar con ella en secreto unos escalones más arriba. Por solidaridad y acompañamiento, pero también intuyendo desde el dolor que había tanto que yo no conocía. Me había resignado a ser la mujer sufrida. Era lo único que conocíamos y que teníamos permitido ser.

En la televisión, una mujer que estaba siendo acosada se sentía halagada por recibir tanta atención, y otra deseaba acostarse con el hombre de sus sueños a toda costa y como no es a ella a quien desea, elabora una estrategia para meterse en la cama de la otra mujer, aquella a la que ese hombre planea violar. Luego está la adolescente abusada por su padrastro que llora todas las noches en la ducha mientras intenta reconstruir su vida sexoafectiva. Había asimilado la idea del abuso con algo positivo y romántico, me ponía de rodillas y le pedía a Dios que alguien me amara lo suficiente como a esas mujeres felices de ser abusadas.

Entender los afectos y las heridas en torno a la relación con lo femenino. Un proceso marcado por el día en que ‘te vuelves mujer’. Quienes tienen útero recuerdan perfectamente ese día, el día que empiezas a sangrar y te dicen que eres mujer. Me felicitaban y me regalaban toallas de todos los tamaños y formas. Ser una mujer pequeñita que abraza los espacios vacíos del silencio. Ser una mujer pequeñita que sufre desde su inocencia y por todas las veces que no pudo escoger. Hay cosas que no puedes decir en voz alta, que estás sangrando, que duele. Te mirarán y señalarán por ser antihigiénica. «Depílate que se ve muy descuidado, pero tápate, deja de mostrar tanto». Las miradas de desaprobación vienen de otras mujeres (a veces son tus ojos o los míos). Todas las mujeres debíamos ser enemigas porque estábamos compitiendo por el premio mayor, ser amadas por un hombre. Me sentía enamorada del amor y me pasaba mis tiempos libres imaginando historias dignas de ser televisadas.

El amor duele (¿el amor duele y deja huellas en el cuerpo?), amarte duele.

Arrastrar la televisión fuera del cuarto y darle espacio a otras cosas. Ese encuentro con la posibilidad de pensar y sentir por fuera de la heteronorma. Y aun así la vergüenza de que se note el llanto y la rabia. Como esconder detrás de una chompa las manchas de sangre de la falda por sentirte sucia de ti misma.

El parto nunca fue algo sucio, por el contrario, fue algo divino, dar luz y vida. «No importa si eres una mujer pequeña, solo puja». Un día dejé de sangrar y meses después no pude dejar de hacerlo durante muchísimo tiempo. Fueron meses de un constante desgarro, un recordatorio permanente de la ausencia de la vida en mis entrañas. ¿Cómo detener algo que fluye dentro de ti? Sangrar durante tanto tiempo fue un encuentro con lo negado, lo escondido y silenciado.

Empezamos esta edición queriendo iniciar un diálogo sobre los mitos del amor romántico y cuestionando nuestra propia educación afectiva. En el proceso entendimos que hay cierta herencia que se queda con nosotros, como un cuerpo que se recupera de la pérdida y se reconcilia con el flujo de una sustancia viscosa. Como el día que perdí el miedo a ser un cuerpo que sangra. Y me desprendo de la vergüenza a sentirlo todo, junto a los ideales del amor romántico. Aunque haya partes de mí que nunca lo suelten del todo.

Aceptar que soy un cuerpo que sangra y que fluye, me siento en medio de mi sangre y tiemblo. Nos enseñaron a sentirlo y luego a fingir que no nos atraviesa. En medio de esta arqueología de los afectos no hay forma de que puedas salir limpio.

Nicole Coronado @nicolelzbthc
(Machala, El Oro. 1998). Le interesan los temas como las cartografías, los espacios y las ciudades. El andar, el errar y el juego. Fundadora y editora en el Laboratorio Editorial Mandrágora Errante.  Forma parte del equipo de Efecto Latam, espacio de comunicación y revista digital. Estudiante de Literatura en la Universidad de las Artes.

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