Las brujas de la casa Patchwork

Laura Nivela


Ilustración Karla Sosa

Para comenzar a escribir/pensar sobre Mandíbula debo decir que mi último encuentro con esta novela fue en un cuarto parecido al de Annelise y Fernanda. Este era de mi prima, de color rosa desgastado, lleno de filtraciones por la humedad–cataratas de abandono, en cuyo centro se encuentra un gran espejo horizontal que te obliga a verte cada vez que abres la puerta. Este cuarto se ha convertido en el cuarto de juguetes olvidados donde todo se apila y todo se descompone. La mayoría de los juguetes son muñecos sin-cabeza, muñecas-sin-ropa, que advierten que lo único que quedó de nuestra niñez son un montón de cadáveres. El cuarto de juguetes es un pequeño universo donde da miedo dormir y habitar.

A partir de este recuerdo/primer acercamiento al texto escrito, dejo que el cuarto blanco de la casa abandonada donde Annelise, Fernanda, Analía, Fiorella, Natalia y Ximena comenzaron las prácticas funambulistas, se estructure en mi cabeza como un patchwork.  

       «(…) en el patchwork el espacio no está constituido de la misma manera que en el bordado:

no hay centro; un motivo de base (block) está compuesto de un único elemento; la repetición de este elemento libera valores exclusivamente rítmicos, que se distinguen de las armonías del bordado».[1]   

La casa abandonada donde las chicas de Mandíbula experimentan se parece a «una colección amorfa de trozos yuxtapuestos, cuya conexión puede hacerse de infinitas maneras (…)».[2] La casa-pachtwork se presenta como un presagio del horror, un territorio corrompido y sin dueño, habitado por seis brujas angloparlantes, mestizas y burguesas, estudiantes del Delta High-School-for-Girls. La casa-pachtwork, para Annelise, es una atmósfera en descomposición, como la atmósfera que desarrolla Lovecraft ya que esta es fundamental para crear la sensación de pánico. La sensación de encierro es necesaria para el horror, por ello, la casa y el cuarto blanco, el colegio Delta y el bosque andino son como los fractales cuya estructura básica o fragmentaria se replica a diferentes escalas hasta el infinito.  

Cada espacio es una consecuencia de otro, cada territorio ha sido parido por su antecesor, porque los que nos rodean también nos atrapan como a presas indefensas. «Los paisajes (…) insinuaban su propia destrucción.»[3]

“Fue Annelise quien encontró el lugar. «Quiero enseñarles algo», les dijo, y desde entonces lo visitaban a escondidas, después del colegio, para pintar las paredes, cantar, bailar, o no hacer nada, solo habitarlo durante unas cuantas horas vacías con la sensación a veces frustrante, a veces excitante, de que alguna cosa tendría que estar haciendo allí adentro; algo que presentían en las articulaciones pero que aún eran capaces de dilucidar.”[4]

La casa donde pronto se crearía el cuarto blanco-corazón sangrante de vaca, se ubica en «un edificio inacabado de tres pisos, una estructura grisácea con escaleras irregulares, arcos de medio punto y cimientos a la vista (…)»[5].  Algo así como un esqueleto, una estructura-monstruo que no pudo ser concebida en su totalidad y que no tuvo más opciones que morir para quedar a órdenes de la intemperie junto a sus insectos, animales y brujas.

«Nuestra guarida», dijo Annelise. 

«Me gusta, suena animal», dijo Fernanda.»[6] 

Desde que las chicas-perfectas/brujas de Mandíbula entran a la casa-pachtwork donde no hay reglas, ni madres ni profesores, es decir, agentes de represión, ni nada parecido a los exteriores; la casa-esqueleto de animal muerto se corrompe a favor de las brujas y del génesis de la blancura. La casa-pachtwork es el límite entre el abismo, la muerte y la suciedad, la cual contrasta con la población que, en este caso, sería la ciudadela con seguridad 24 horas, piscina y casas con puertas grandes. La casa es ese límite, ese borde del pueblo que permite la afinidad con el demonio. 

Para llegar a ser brujas, llevan a cabo los juegos «funambulistas». Los personajes principales son adolescentes porque nos convertimos en “anómalos” una vez que dejamos de ser niños, no solo porque abandonamos nuestra etapa de «infancia» sino porque nuestros cuerpos empiezan a crear afectos que se diferencian de los otros cuerpos-niño. Las actividades «funambulistas» son una serie de devenires-abismos, devenires-muerte cada vez que las brujas caminan y saltan por los muros, en tacones, sin miedo a morir se deviene-ave: paloma citadina.

«Pronto, las tardes de contar historias de terror se convirtieron en una excusa para idear retos que, al principio, tenían la finalidad de entretenerlas y de hacerlas reír, pero poco a poco fueron cambiando hasta establecerse como la que Fernanda llamó «ejercicios funambulistas»”.[7] 

Los ejercicios podían ser desde lanzar alaridos en la habitación de los gritos hasta quedarse sin voz (devenir-animal herido), hasta darse bofetadas, siempre demostrando una dificultad creciente a nivel físico. A partir de estos ejercicios, las chicas-perfectas dejaron de sentir vergüenza porque se iniciaron en los devenires, se posicionaron como brujas capaces de llamar al Dios Blanco (el demonio con el cual no pueden romper su pacto).  

Como lectores, podemos sentir los devenires porque también participamos de una corporalidad inmóvil pero no por ello incapaz de sentir sino todo lo contrario, vivimos a través de los personajes afectados por el pacto, a través de las brujas recién iniciadas se deviene-caníbal, se deviene-animal cada vez que lamen la tierra que no es más que el cuerpo de dios descomponiéndose, se deviene-miniatura, pieza de tablero. 

Cuando comen insectos el orden jerárquico de la vida se invierte, se traicionan las mentes adoctrinadas mediante la corporalidad ciega que come, vive y respira en lo inverso. Devienen mantis religiosas (con sus cuerpos adoctrinados del Opus Dei), devienen hermanas parricidas, por lo tanto, algo menos que un humano, porque además de ser mujeres eran asesinas dentro de su casa-pachtwork donde todo era posible a través de la imaginación y del devenir. 

Sus propias ficciones las fortalecían como grupo y como individuos. Se empezaban a formar desde los huesos para recrearse y repensarse como cocodrilos, como potenciales cuerpos capaces de matar con sus miles de dientes, y aun así, mantener a sus hijas en sus mandíbulas por donde la carne traspasa, por donde la sangre chorrea y por donde los cuerpos dan sus últimos alientos antes de ser digeridos.  «¿Cuál es el único animal que nace de su hija y alumbra a su madre»[8]

El Dios Blanco se crea a partir de la atmósfera de horror. El Delta High-School-forGirls y el Míster Alan, único profesor de Teología del colegio de mujeres, que tenía un aspecto enfermizo y pantalón a la cintura, las casas que guardan secretos (tertulias nocturnas donde las madres pro-vida se desnudaban y se besaban), la casa abandonada y el cuarto blanco, y por último, el vientre materno donde las hijas-monstruo somos concebidas.[9]

El ambiente represivo religioso del Opus Dei es perpetuado por las manos de Míster Alan (mejor conocido como Culo Cósmico) sobre cientos de alumnas, cientos de pequeñas becerras que están siendo adoctrinadas para ser madres, quienes después les enseñarán a sus hijas a ser ciervas culpables y sumisas, acción que, según la teoría de Echeverría, sería el blanqueamiento como mano de obra, como repetición de un prototipo útil. 

Además, el tiempo en que el cuerpo es puberto es un blanco fácil de corrupción, de culpa, es la edad de la menstruación. «A los monstruos había que enseñarles a ser buenas hijas».[10] El sistema necesita cuerpos rectos, impolutos, seres que no puedan pensar ni alzar la cabeza ante el poder y además que se autodenominen santos modernos para poder mantener un ritmo de productividad que nos caracterice día a día como seres merecedores de santidad.

A parte de la blanquitud santa de Echeverría, en el texto se puede evidenciar un devenir similar al que experimenta Achab por la ballena blanca. Annelise está obsesionada con el Dios Blanco porque en él se es líquido, en esa deformidad su cuerpo está inclinándose – el Dios Blanco está en la habitación de los infinitos fractales, aquella habitación es todo lo que rodea a las brujas, nunca salen de ella y cuando lo logran ellas mismas instauran el pánico, reproducen lo aprendido desde las vísceras y la violencia. 

El Dios Blanco se impregna en los cuerpos jóvenes, en las nínfulas para guiarlas al buen camino de la santidad moderna donde la sexualidad es anulada pero la locura es eterna. El Dios Blanco es lo mismo que el blanqueamiento pero a la inversa, es un arma de la mente, una bestia que proviene del útero de una madre-enferma y que termina de gestarse en la cabeza de una hija-enferma. 

Miss Clara o «Becerra», como la llamaba su madre, la profesora con trastorno de ansiedad que no pestañeaba y que no paraba de temblar, que del miedo se abría heridas sangrantes en las manos. “Becerra” es un personaje profeta, pero ella es una profeta loca, la perdición de su propio pueblo y al mismo tiempo su salvación.

Al inmolar al irresponsable, a la culpable-visceral, Miss Clara deviene caníbal, horror primigenio – porque se ha tragado a su madre para convertirse en ella. A partir del beso con lengua que le dio cuando era solo una niña, su madre le empezó a temer, y ella empezó a devenir-niña enferma/ cucaracha pervertida, hija enamorada de su propia madre-bestia.  

Miss Clara trabaja en un libro sobre volcanes donde estos son como mentes, como el cadáver durmiente de la locura. Como su propio cráneo a punto de explotar. Las estudiantes son como hijas, y las profesoras como madres que les han cortado la lengua. El blanqueamiento les corta la lengua y los brazos a nuestras madres para dejarnos cadáveres y convencernos de que debemos aceptar los muñones para devenir mujer.  

Ahora me doy cuenta de que ser mujer es ser una niña enferma. Todas tenemos cucarachas en la cabeza, secretos de familia, amores enclaustrados en el útero y una pequeña voz, en la parte derecha del oído (como mi madre solía hablarme por las noches) gritando por la locura que nos pertenece.

«Las niñas que imaginan demasiado terminan enfermas de la mente.»[11]  

Bibliografía  

Deleuze, Guattari y Félix Guattari. Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia. España: Editorial Anagrama, 1996. PDF

Deleuze, Guattari y Félix Guattari. ¿Qué es la filosofía? España: Editorial Anagrama, 1993. PDF

Ojeda, Mónica. Mandíbula. Segunda Edición. Madrid: Editorial Candaya, 2018. 


[1] Gilles Deleuze, Félix Guattari, Mis mesetas – capitalismo y esquizofrenia (España: Pretextos, 2002), 485.  

[2] Gilles Deleuze, Félix Guattari, Mis mesetas…,485.

[3] Mónica Ojeda, Mandíbula (Madrid: Candaya, 2018), 99.

[4] Mónica Ojeda, Mandíbula, 16.

[5] Mónica Ojeda, Mandíbula, 16.

[6] Mónica Ojeda, Mandíbula, 16.

[7] Mónica Ojeda, Mandíbula, 24.  

[8] Mónica Ojeda, Mandíbula, 97.

[9] Mónica Ojeda, Mandíbula, 25.

[10] Mónica Ojeda, Mandíbula, 176.  

[11] Mónica Ojeda, Mandíbula, 42.  

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*