Cementerio de huesos

Nicole Maila


Iluustración: Samantha Eggeling

La ciudad

Después de casi diez años viviendo en esta ciudad, el ruido de los autos se ha convertido en mi despertador y el calor en motivación para bañarme. Mi abuela dice que el calor le pone la piel hermosa. Mi abuelo dice que el calor no le deja lucir sus camisas de colores vivos. Todos los domingos, cuando vamos por las compras de la semana, mamá Elsa disfruta mucho de la salida, mientras que el abuelo prefiere quedarse en casa con una limonada helada.

La última vez que salimos al mercado, un hombre quiso arrancharle a mamá Elsa la cartera de las manos. Pobre de ella, con las pocas fuerzas que tiene, se aferró al poco dinero que le quedaba. Las compras ya estaban hechas pero la rutina era pasar por la esquina de la casa comprando unos pasteles de carne para el abuelo. Nosotros nos llevamos un gran susto, pero fue aún mayor para el ratero, porque un perro corrió detrás de él, quién sabe cuántas cuadras, ladrando a todo pulmón.

La necesidad

Hace más de doscientos años que entierran a los muertos en el cementerio general. Hace siete años murió mi suegra y desde entonces estoy pagando mensualidades por su nicho. Falta poco para que mi esposa dé a luz a mi cuarto hijo y estoy pensando seriamente en lanzar los huesos de la finadita al río. Los cuerpos de los locos reposan en lo profundo de las aguas y supongo que hay espacio para unos huesos más. Mi suegra era buena contando los milagros del niño Duna, a ver si entretiene un poco a esas almas con todo lo que no pudo decir.

Lo he decidido, hoy por la noche burlaré la seguridad del cementerio para sacar los restos de la vieja parlanchina.

Locura

— ¡¡¡Que los lancen al río!!!!

— ¡¡¡Y lancen al perro con ellos también!!!!

— ¡¡Lancen a la bestia negra!!!

— ¡¡¡¡Lancen al animal tambiéééén!!!!

— Pero señora es solo un animal, una mascota—dijo alguien en voz bajita.

— ¡¡¡¡La mascota de la brujeríaaaaa!!!!

— ¡¡¡¡Lancen al perro también!!!!

— ¡¡¡Lancen al perro también!!!

— ¡¡¡Qué no ven que el comisario se ha escapado de ser mordido!!!

— ¡¡¡Lancen al perro también!!! ¡¡¡Por piedad!!! ¡¡¡Por piedad!!!

Boulevard

Desde que acusaron a mi abuelo de fraude, mamá Elsa y yo esperamos en el Boulevard la caída del sol. Se nos había hecho costumbre ver el río torrentoso hasta que la noche no nos dejara nada más que el ruido del agua, y sentíamos, de forma extraña, que así nos comunicábamos con el abuelo. Él ya no estaba para esperarnos con una limonada helada los domingos por la tarde, pero mantuvimos el hábito de comprar pasteles de carne, en un último intento de conservar viva su memoria. En medio del dolor de mamá Elsa, llegó Cachirulo como un milagro. No pudimos distinguirlo muy bien porque era de noche y él era negro. Con un trozo de pastel en la mano vi su barbilla blanca y noté que era el mismo perro que había perseguido al ladrón que quiso quitarle el bolso a mamá Elsa. Ahora él era nuestro motivo para seguir comprando los pasteles.

Estafador

— ¿Por qué lo hizo? —Preguntó el comisario.

— Ay jefecito, necesitaba dinero, mis hijos necesitan comer. No tengo trabajo desde que el alcalde hizo el puente en medio del río. Tengo una familia muy grande, no me encierre, por favor. Si recordamos bien cómo sucedieron las cosas sabrá que yo no lo maté, fue la multitud.

— ¿Y el robo?

— Esa vez el espíritu rufián se apoderó de mí, jefecito. El señor era muy llamativo, iba por la calle con sus pantalones color aceituna, su camisa amarilla y sus zapatos de charol. Lo vi sacar dinero del banco el mismo día que lanzaron al río a los magos y a las brujas. Lo seguí hasta la plazoleta, le quité el dinero de un solo movimiento y ya sabe el relajo que hubo después.

— Sí, pero necesito que lo confiese—respondió con ímpetu.

— Sabrá entonces que en la plazoleta estaban los vagabundos, las brujas y hechiceros esperando a ser lanzados al río. Después de quitarle el dinero, grité que era un mago, que lo lancen con todos ellos. Sabe, de no ser por la loca que gritaba que lancen al perro, quizá no lo hubiesen hecho, o sea, lanzar al señor también. Nadie dudó que fuese uno más de ellos al ver cómo iba vestido. Lo lanzaron y me llevé el dinero. Lástima que no lanzaron al perro también, la bestia me siguió hasta la casa. Desde ese día me destruye la ropa que dejo en el tendedero, se roba mis zapatos y cuando salgo por las mañanas, siempre termino pisando la suciedad que deja en mi camino.

— Acompáñeme a la celda, usted se encuentra detenido por robo y difamación. No se preocupe por su familia, nos pondremos en contactos con ellos. Un momento, aún no me ha contado cómo fue que sacó y lanzó los huesos de su suegra al río.

— Para que contarle jefecito, con todo respeto, pero el perro hizo su trabajo.

— ¿Qué está tratando de decir? —dijo levantándose indignado de la silla.

—Me descubrió a la salida del cementerio y el condenado no paró de ladrar, por suerte alcancé a lanzar el saquillo con los huesos de la suegrita al río.

— Qué descaro—dijo y le puso las esposas.

Cuenta cuentos

— Ahora que estoy aquí frente a todos ustedes, me gustaría compartirles la historia de un gran amigo. Lo recuerdo desde que era muy pequeño, el pobre era muy flaquito y tembloroso. Lo llevé a casa sin pensarlo dos veces. Le di de comer y le acomodé un lugar para dormir. Estuvo conmigo lo que me quedó de vida. A veces él pasaba todo fuera de casa y solo regresaba para comer. Eso sí, volvía para acompañarme al cerro y, en el camino, yo le contaba los detalles de mi vida. Nunca fue mío del todo, nunca supe a dónde iba o con quién se quedaba, pero estoy segura de que todos aquellos que le daban comida, sentían algo similar a lo que yo sentía por él: amor. Había aquellos que lo odiaban porque no les dejaba hacer sus fechorías. Luego de mi muerte, él se quedó en la calle, buscando hogares temporales o alguien que quisiera alimentarlo. Se convirtió en un guardián de la ciudad, olía las malas intenciones y ladraba hasta que les provocaba miedo. Él fue quien descubrió al rufián de mi yerno sacando los huesos de mi nicho.

— Yo también tengo una historia con él—dijo una voz femenina.

— Yo también—gritó un joven apuesto.

— ¿Puedo contarles la mía? Es corta y maravillosa— decía con entusiasmo el mago.

— Claro, tenemos toda una eternidad—dijo la señora parlanchina.

Inolvidable

Mi abuelo había dejado un gran vacío en el corazón de mamá Elsa. Su recuerdo era como una triste melodía en la cabeza que se repetía una y otra vez. Ya habían pasado un par de años y su armario lleno de ropas de colores seguía intacto. Un día quise ponerme algo de él y salir a la calle a caminar con Cachirulo, pero pensé que, tal vez, a mamá Elsa no le gustaría verme con la ropa del abuelo. De todas formas me probé su ropa y ella me descubrió. Al contrario de lo que creí, ella sonrió y noté que en su sonrisa se colgaban los recuerdos.

Mamá Elsa guardó su ropa negra y confeccionó una nueva, convirtiendo la ropa de colores vivos, en nuestro estilo de vida. Sentíamos que de esta forma él nos acompañaba. Cachirulo, con su pelaje negro, guardaba luto por nosotros. Nunca se dejó poner algo encima, amaba su pelo negro. No tuvo que pasar mucho tiempo para que la gente nos llamara locos.

La fecha anual para botar a las brujas y hechiceros al río llegó, y para la cuidad, éramos los candidatos. «Lancen a los locos al río. Láncenlos a los tres», pedían a gritos. «El padre ya fue lanzado. Librémonos de la familia de locos y de su mascota», suplicaban sin parar.

Los habitantes del río se despertaron y se hicieron presentes con gran ruido, dejando a los gritones sin aliento. Un gran palacio de huesos se alzó ante nosotros, dándonos la bienvenida. Entramos en él y partimos de la ciudad.

Regresamos una vez al año para recoger a los nuevos acusados de brujería. A nosotros nos esperaron con una gran mesa preparada, sabían que el viaje sería pesado y largo. Nos convertimos en navegantes del río. Todas las almas se emocionaron al ver a Cachirulo. Sus huesos no lo olvidaron y nos dieron un lugar con ellos y con el abuelo.

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