La ciudad nocturna

Kristian J. de Sara

La calle es una selva de cemento
y de fieras salvajes cómo no
ya no hay quien salga loco de contento
donde quiera te espera  lo peor
donde  quiera te espera lo peor.

C. Curet Alonso.

 

DEDICATORIA

A la vecina que me cuenta las mentiras de sus amores baratos mientras llora escuchando a Sandro y se fuma un puro más grande que su melancolía. Al que me cobra la renta de un palacio sin cristales.  A Andrea que tenía la cara seria pero el vientre demasiado alegre. Al hermanito diablo del tercer piso y sus amigas creyentes, que preferían rezar en las madrugadas de los fines de semana. A las chicas borrachas de maquillaje barato: al Viagra y sus prodigios, a los marginados, a los inmorales, a los que aman la noche y sus vicios.

P. d´ S.

 

 ¡Guayaquil! Te reconoce mi alma, cuando abandono ya el nido de los pájaros de aluminio.

No es silenciosa tu noche. La locura de tus conductores, aceras sin aceras, montañas de basura en las esquinas y perros vagabundos me lo confirman: estoy en ti, estoy en casa. Atrás quedaron Europa y las calles con frío.

***

Hoy es día de sol y cielo despejado, ¡como lo aborrezco! Este calor tropical me obliga a despertar y me pregunto: ¿Qué diablos hago aquí?

 

No me gusta el día urbano, ni esos hombres que bajo un sol de Nubia dan la espalda al desodorante. Enceguecedor es el astro rey en esta parte del hemisferio, tanto que licua los adoquines colocados por Nebot, y tuesta como granos de café a los que transitan por esta ciudad sin árboles.

Pero ¡qué piedad tiene la noche! ¡Ay la noche! Con su oscuridad intenta esconder las cosas feas, como si fueran una gran mancha, ¡pero no! ¡Le es imposible! Ahora las luces modernas pintan de fingidos matices a las  cosas feas.

En la penumbra y en la luz artificial engendro de las farolas ocurre el milagro de la brisa, que aletea ligera como los infelices mosquitos. Al igual aparece el vagabundo, el yonki de “H”, la prepago, el mangante, taxis piratas, los travestis.

¡La noche del trópico! ¡La noche de Guayaquil!

***

MI HORA EMPIEZA A LAS DIEZ. Hora de Zona Rosa, de Romeos y Julietas, de chicas en minifalda y pantalones ajustados, de tacones, perfume, reggaetón, salsa, michelada, y ron con sabor a coca cola. Hora de  luna llena, de estrellas, hora de pecado.

Sin sombrero, acicalado, con corte al estilo Marlon Brandon, manos en los bolsillos, como lobo astuto en busca de caza sin caer en trampas, Primitivo d’ Sauces empieza a recorrer  los lugares de su ciudad nativa donde no se duerme en la madrugada. Al parpadeo de las lunas eléctricas, bajo la complicidad de los techos y cámaras de seguridad, tras la hipocresía de las ventanas: las calles Rocafuerte, Padre Aguirre, Panamá e Imbabura; están llenas de escándalos, de bares, discotecas, de asaltos, de  peleas, que se confunden y confluyen bajo la llama de la concupiscencia y por las tentaciones de  Nuestra Señora La Farra.

***

DICES VERDAD NICKY JAM, “Mami yo me siento tuyo, yo sé que tú te sientes mía, dile al noviecito tuyo, que con él te sientes fría”.

Caigo en una disco de la Panamá. ¡Dos dólares cincuenta cada cerveza helada! ¡Buah! ¡Es un robo!

No sé qué es más humillante, si pagar de más por una cerveza que se va a ir por el retrete, o la  sensación de que te confundan por putero. Una jovenzuela, de carita fina y cabello lacio, de esos que llegan más abajo de la cintura, se ha acercado hasta mi lugar en la barra, con ojos de leona hambrienta: Hola guapo.

Quise responder: Qué sí, qué boca, qué escote, qué silueta, pero solo atiné a decir un hola que se rompía a pedazos mientras viajaba por el aire.

Prostitutas las hay de todas clases. En la noche viven todas ellas. Desde las que cobran menos, porque su mercancía no da para más, y las de lujo que por una hora de caricias te quitan un ojo o dos. De vestido barato y colorete chillón, las que visten de moda y usan maquillaje de Yambal. Divergentes o estudiantes, las que necesitan para  el vicio de vivir, y las que necesitan de sus vicios para seguir viviendo, las que trabajan en casa de citas y las autónomas, las que tienen un chulo y las que tienen  chulo, novio y amante.

También he visto aquellas que arriendan caricias sin cobrar en metal. A las que no les importa si solo te queda la juventud del dinero. Si tienes un veloz caballo de acero: con cervezas, comida, y un paseo a cualquier lugar, para ellas es suficiente.

Me levanto de mi sitio y me largo, harto del ¡amor sin amor! De caricias tarifadas.

Camino hasta Las Peñas, hallo la sombra de lo mismo. Música por todos lados, ebrios en las escaleras, galanes al acecho. Zona regenerada entregada a los placeres de Baco.

Tomo un taxi. La idea del flâneur de Baudelaire es muy romántica,  pero ya quisiera verlo yo caminar en la noche por las calles de Guayaquil.

Tránsito por un túnel alumbrado que conecta en minutos el malecón con la otra parte del centro de la ciudad. La agitación del viernes se siente, te inspira. Me quedo en la salsoteca de la calle Coronel.

Aquí las niñas son más tiernas y sinceras. Solo quieren que pase la noche a la salud de unas cervezas y una buena plática. Bailo como un trompo la salsa de Héctor Lavoe. Me fulminó el dinero. Ya no hay “pasta” para copas. Las niñas dejan de ser sinceras y tiernas. He sido cazado, y me gusta.

***

Debo tomar un último taxi. El “mercado de las almas” me espera. Necesito comer. Camino a la esquina. Una pelea que acaba en dos navajazos, un muerto y  la policía llevándose a medio lupanar de al lado me despiden.

***

Le pido al taxista que vuele por la calle Machala. El Parque de La Victoria luce lleno de sombras y rostros furtivos. Sitios de mala muerte con sus luces rojas te llaman cual sirenas ofreciendo sus servicios: drogas y prostitución, sospecha y peligro.

***

MI ENEMIGA EL HAMBRE ME GUÍA. Llego al mercado. EL CORREDOR ES LARGO Y OSCURO. Hay una cantidad enorme de delicias. Las ollas humean, los olores se mezclan. Hay ojos negros con rímel corrido, medias de seda rotas, Romeos borrachos, Barbies ebrias, gente fiestera a la que se le acabo la fiesta, todos coincidimos: alimentarnos.

Alguien grita y ofrece: El bollo de pescado ranger para que te pongas como los Power Ranger, el encebollado de albacora, la guatita, el pescado frito, el arroz con menestra, carne y patacones, plato al que deberían hacerle un monumento; cevichito de camarón, de concha, y si eres un egoísta gastronómico una bandera para salir contento.

Así acaba mi noche en Guayaquil: tragando. Nada emocionante ni poética como la de Jean d´Agréve. No tengo el valor de caminar y descubrirla como él ni tampoco tengo el talento decapitado de Silva. La ciudad me ha descubierto a mí. No la conozco lo suficiente, y a pesar del peligro de sus calles y que donde quiera me espera lo peor, no pierdo la esperanza de ser un Juanito Alimaña d´Agrevé y conquistarla.

Camino por la calle Tungurahua. Unas chicas me dicen guapo, es la segunda vez, empiezo a creérmelo. Les digo que no tengo dinero, así que se olvidan de mí. Alertadas por un coche que le has pitado, me abandonan. No tengo nada que perder. La calle es solitaria. Medio ebrio y satisfecho, peregrino a mi viejo apartamento. Ruego porque la vecina, aun despierta, me cuente las historias de esos amores que la hacen llorar, mientras canta las canciones de Sandro. Quizá me anime a fumarme un puro con ella.

 Por ese palpitar que tiene tu mirar yo puedo presentir que tú debes sufrir igual que sufro yo, la, la, la, la, la, la, la, la.

 

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