Diario de Rosa

Desearía empezar este relato diciendo que no sé cómo terminé trabajando en los baños del mall central, pero eso no es ningún misterio. Lo cierto es que siempre he estado rodeada de mierda. Viví mi infancia en un grupo de casas de caña ubicadas sobre el estero salado, un río de basura y todo tipo de desechos, ahora, mientras la gente se tapa la nariz al percibir un mal olor, yo lo inhalo con fuerza, me lleno de él, inflo mis pulmones con el aroma de mis días felices, de mi infancia. Aquellos días en que pasaba jugando con el lodo y los tesoros que se podían encontrar, llantas para hacer rodar, jeringas para jugar al doctor, gatos muertos, todo servía. Mi vida está dividida en tres partes: el inicio, que son aquellos días, el nudo, mis días con Oscar y el desenlace, que es lo que cuento ahora, aquí, en lo que yo llamo, mi libreta de asuntos importantes, aquí lo tengo todo. Desde la hora en que suele entrar Rita, la chica guapa de la tienda de ropa, hasta mi clasificación de olores, porque cada desecho es diferente, déjenme decirles, y no estoy hablando de comida, sino de aquello que se desprende de las personas al salir, aquello personal. Por ejemplo, he notado que las heces de las chicas alegres tienen un aroma dulce, mientras que las de quienes parecen estar de mal humor es más amargo, se los juro, me he tomado mi tiempo para analizarlo, no siempre estoy espiando a las mujeres, eso lo dejo para mis ratos libres, además, mis preferencias son cosa reciente. Todo empezó con Oscar, él siempre fue de gustos particulares, me pedía que juegue mucho por allá atrás, si entienden lo que digo, sin embargo nunca sospeché, aunque eso era también por mi grandísima ignorancia, dejé mi hogar a los quince años, a esa edad se desconocen muchas cosas, especialmente si no has ido siquiera a la escuela. Me fui tonta y joven a vivir veinte años con un hombre que resultó ser homosexual, para al final descubrí que yo también era igual, me gustan las mujeres, por esta razón no hubo ninguna separación violenta, nunca trabajé hasta ahora ¿y qué más puede hacer una mujer de treinta y cinco que parece de cincuenta que tareas de limpieza? Me contrataron dos días después de separarme, así que tampoco la pase tan mal. Cuando pienso en los años desperdiciados no siento remordimientos ¿Qué más habría hecho? No se me ocurre nada, este debe ser mi destino, porque debe haber quien se encargue de los baños, hay doctores, profesores, artistas, y los que limpian los baños, a mí me toco lo mejor. Pero no todos los días son buenos, como ayer. Sucede que trabajo con un par de idiotas, unos jovencitos que gastan bromas estúpidas todo el tiempo, suelen llamarme “Rosa la gorda marimacho”, algunas veces lo dicen frente a otras personas y me avergüenzan, pero me molesta más cuando lo hacen frente a las chicas, ellos saben que me agrada Rita, porque es la única a la que le consigo papel higiénico, cuando ya es tarde y se lo han acabado. Rita se queda horas extra en el mall central, su tienda vende mucho y debe ordenar el desastre que dejan los clientes. Yo la entiendo, la gente es muy desconsiderada, piensan que nosotros los peones somos maquinas aspiradoras, y aunque me guste mi trabajo también me canso, especialmente en los días festivos. La noche buena fue fatal, basura y mugre en todo el piso, filas enormes para entrar al baño, niñitos que no pueden ir al de hombres sin mearse en las tapas y los lavabos, mientras todo esto ocurría yo estaba parada en una esquina. Mis compañeros de trabajo habían escondido los productos, y todo el baño de mujeres tenía un olor insoportable. Esto lo sé porque las chicas se quejaban, para mí era normal como sabrán. De alguna manera la noticia llegó hasta Joel, el conserje a cargo, esto era raro porque él nunca estaba pendiente de lo que ocurría, después de asignarnos nuestras tareas del día se iba al pasillo principal para acosar a las mujeres que pasaban.

-Rosa ¿Qué sucede aquí? Este lugar huele a demonios.

-Es un baño público, señor- respondí intentando bromear.

-Siempre haces bien tu trabajo ¿tienes algún problema? Puedes decírmelo.

-Ya sabe cómo son Paul y Juan, probablemente por delatarlos me harán otra peor, escondieron las cosas, no tengo con que limpiar.

-Me asegurare de que no lo hagan, quédate tranquila.

Joel regresó un rato después con los artículos de limpieza, esa noche me quedé trabajando hasta las dos de la mañana, llegué a casa, cerré los ojos y sonó el despertador, seguí tendida en la cama algunos minutos. << Si no voy me descuentan cincuenta dólares. Si llevo un certificado falso me cuesta diez. Si no lo aceptan debo llevarlo al instituto para sellarlo a las cinco de la mañana. Mejor voy>>. Al levantarme de la cama sentí un dolor intenso en la espalda, mis pies estaban hinchados, la cabeza me pesaba.  Tomé una ducha, eso me alivió un poco. El bus se detiene a una cuadra del mall, si tengo suerte no hay mucho sol, pero nunca tengo suerte, y además el sol siempre es terrible en esta ciudad, al llegar a la puerta ya estoy sudando como una cerda, y así siempre. Me gusta entrar a las nueve, cuando todo está cerrado, pocas personas han visto un mall vacío, yo lo he visto vacío en las mañanas y en las noches, para mí es algo de lo cual estar orgullosa. Lo primero que hago al llegar es limpiar los espejos, es lo que menos me gusta hacer, nunca quedan totalmente limpios, después paso a los lavabos y, por último, el piso. Tengo suerte de haber hecho la mayor parte la noche anterior. Cuando no tengo que hacer me voy a mi cuartito, esta al final del baño, es el closet pero lo he “ambientado”, le puse una silla y despejé algunas repisas para usarlas como escritorio. En este lugar paso la mayor parte del día, aunque suene un poco incómodo, en realidad es solo hasta las dos de la tarde, que es mi hora de almuerzo, la cual también ocurre dentro del mall. Desde que empecé a trabajar aquí elijo un local específico para comer, cuando ya he probado todo lo que hay en el menú, paso al siguiente, eso me divierte, todos en el patio de comidas saben lo que hago, se ríen cada vez que voy, piensan que soy alguna clase de enferma por la comida, que sea gorda es una cuestión aparte, simplemente estoy aburrida. Hoy es un día de esos, de los que pasan lento y te devoran las entrañas, me he sentido un poco deprimida, creo que necesito la cercanía de un cuerpo, alguien con quien hablar. Finalmente me propuse invitar a salir a Rita, ya era hora de tomar una decisión. Si me rechaza tendré que vivir con ello. En este diario queda constancia de lo que va a suceder, de un hecho que cambiara por completo mi vida. Es hoy, estoy decidida, faltan pocos minutos para que cierren, pero hay problemas, todavía quedan personas en el baño, y Paul y Juan están cerca, en la entrada del baño, supongo que tendré que hacerlo con ellos ahí. Rita llego a la hora pensada, se veía feliz, eso no era para nada normal. Y como si todo estuviera dispuesto a ocurrir, como si por algún extraño error o milagro el mundo se hubiera olvidado de que tenía que joderme, el baño quedó vacío.

-Buenas noches Rosa- dijo de repente con una amable sonrisa. No podía creer lo que estaba pasando, me sentí como en un sueño.

-Hola- dije tartamudeando.

-Hoy ha sido un día terrible, este centro comercial te chupa la sangre ¿no lo sientes así?, decía mientras se lavaba las manos.

-Sí, es cierto. Tienes mucha razón.

– Pero trabajar en la limpieza parece fácil, además es honesto, yo tengo que perseguir a las personas para que compren, a veces me insultan, desearía tener tu trabajo.

– Yo puedo ayudarte, solo tengo que hablar con mi jefe, seguro te contrata- dije emocionada.

– ¡Eso sería fantástico! Trabajaríamos juntas ¿en serio me ayudarás?

– Claro que sí, Rita, con mucho gusto. Si quieres podemos encontrarnos afuera para hablar.

Antes de que Rita pudiese responder, aparecieron Juan y Paul, tenían mi diario. Paul empezó a leerlo en voz alta.

– “Las heces de Rita me traen grandes recuerdos, el aroma agridulce de los días con Oscar, me parece extraño que sea exactamente el mismo olor, debe significar algo, creo que es amor. Amo a Rita”

Leyeron algunas frases más entre risas. Con dificultad la miré, estaba pálida, horrorizada, antes de que terminaran salió corriendo. Paul dio un paso sonriendo maliciosamente y tiró la libreta a mis pies, luego salieron juntos. Me quedé paralizada en medio del baño, creo que pasó un buen rato, quizá horas, hasta que escuché la voz de Joel a lo lejos, como enfrascada.

-Rosa, hay un vomito en el pasillo, muévete.

 

 

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