TRA(U)MA VITAL

Por: Aemeerebe

La noche está líquida. 

Noche de vino, venenosa. Noche de la más intoxicante substancia. Mis ojos reverberan otra dimensión de mí que desconozco. Se me hace eterno el paseo por mi propio cuerpo, tanto, que a veces creo que me canso adrede para no rastrear cada fragmento de hombre y mujer que me deforman. Las manos grandes y huesudas, las caderas anchas, el perfil de esos ángeles que cuelgan del culo en las iglesias barrocas. Nada me satisface, nada está hecho a mi medida. 

¿Acaso sabré cuál es mi medida?

Cuestiono constantemente este flujo de desavenencias que se transmiten una y otra vez por mi cerebro como una película: Instrucciones para morir a los cincuenta. No me interesa la vejez, por más que mi madre me ruegue que no me suicide o si llego a los cuarenta y nueve y no me ha matado la diabetes. No me interesa trabajar honradamente como la típica zorra de la esquina que pone precio a su saliva, a sus besos, al calor animal que despiden sus poros como volcanes microscópicos. No me interesa vivir esa vida convencional a la que se ata el 99 % de la población humana.

 ¿Qué queda para mí, entonces? 

Acostarme a las tres de la mañana, ver porno gay y masturbarme y masturbarme y masturbarme hasta que se me ase la piel y se me endurezca el calzón de tanto squirting. Escribir diarios y mierda y media sobre como el maldito de Martín no me para ni bola porque le gustan las chicas con cinturitas dulces y caritas de actrices xxx. Todo lo que compone la miseria del vivir.

Y de paso, el espejo que se sienta en la esquina de mi cuarto me recrimina como gato silencioso, me despoja de las máscaras y falacias que invento al despertar todos los días… me ha desposeído de un nombre para encerrar los infiernos interiores. 

No soy Adán, ni Lilith, ni Eva. 

Nadie existió sobre mi sangre para irrumpir con su luz extranjera los infinitos ángulos que me edifican de materia y signo. Soy entidad anónima que se sumerge una y otra vez en la ambivalencia de los hombres. Solo me queda esperar. ¿Una respuesta? ¿Salvación? ¿Reconocimiento? Esperar es para los que no tienen nada mejor que hacer. 

Me enredo entre las sábanas, me acomodo en la cama. Ahora todo es oscuro. Mi mente no deja de divagar en todo lo que me queda por hacer en unas horas. Me levantará mi madre con un beso, me hará el desayuno, se preguntará de seguro si hoy no me cortaré las venas. No lo sé. Cuando me mira siento su pena arropándome como el silencio de nuestro apartamento. La suerte es que desde que nos mudamos, al menos tenemos nuestros propios dormitorios. La siento roncar a través del gypsum blanco que nos separa, tan transparente. Cuando amanezca seguramente me pondré a escribir, a masturbarme y a acabarme la media botella de vino que quedó en el refrigerador. 

La vida continúa. 

No me queda de otra. Lo que quede de mí en estos papeles será, para quien lo lea, razón de culto, porque todos los dioses que nos inventamos aborrecen esta dimensión humana, tan monótona, tan cíclica. Por eso es que nunca me pude ajustar a ser la muñequita o el bombero de plástico.

¿Qué pasa si me quedo en el medio? 

Nada. La vida continúa, el corazón sigue palpitando, y a nadie le importa esto que escribo para la mierda…

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