a Sebas Cabral,
a quien mucho extraño.
Yo: trans… pirada
mojada, nauseabunda, germen de la aurora encantada,
la que no pide más permiso
y está rabiosa de luces mayas,
luces épicas,
luces parias,
Menstruales Marlenes bizarras,
sin Biblias,
sin tablas,
sin geografías,
sin nada,
solo mi derecho vital a ser un monstruo
o como me llame
o como me salga,
como me puedan el deseo y las fuckin’ ganas
Susy Shock – Yo, monstruo mío
El espejo tenía un papel, escrito al apuro, en el que se veía el orden de aparición. De diez, su nombre era el número ocho. Su popularidad había vuelto a bajar. Sin embargo, no había todavía decaído al vacío del puesto uno, como cuando decidió actuar con la cabeza rapada.
Fueron sus peores meses. A pesar de que podía, y debía, usar una peluca porque el jefe se lo imponía, se negaba y, más bien, escribía cosas que resultaban interesantes en lo redondo de su cabeza para quienes se cruzaran con su cráneo rapado. Antes de salir armó el porrito. Era el número uno. El primero de ese viernes que prometía. Frunció los labios. Los veía con deliciosa intriga. Movió la dirección de la luz un poco hacia arriba y apretó más los labios hasta que los juntó todititito lo que pudo, como en un pucho ovalado que dejaría huella en el espejo. Hacía duckface y sus pómulos se marcaban afiladamente, como con el sonido de las espadas al cortar el aire en dos. Besó el espejo con voluptuosidad. Tomó un selfie con los hashtags #selfie #hot #naked #nofilter #kiss #surprise. El espejo ostentaba un beso, como de película de Hollywood. Una huella que dramáticamente solo era costumbre suya y de nadie más, puesto que el resto no compartía el privilegio que definitivamente sí poseía su cuerpo: el movimiento de sus piernas, su atlética presencia que se imponía cuando caminaba y sus poses para los selfies. Esto le autorizaba a acceder al dramatismo. Definitivamente no volvería a estar en el número uno, abriendo el programa, sino que apuntaría hacia el cierre, a ser quien protagonizara el show y quien lo cerrara, con la gracia que dicho puesto obliga a tener a quien se lo dan. Prendió el porro. Aspiró fuertemente. Se hacía llamar Sativa. Sativa y no Índica, por la chispa y su ingenio ineludibles. Tenía el rostro cruzado de pintura tribal. Antes de botar el humo, hundió la panza y sacó pecho. El humo le desinfló pronto. Su jefe le gritó: —¡Muévete, chucha! Ya mismo es tu turno. —Ya sé, pendejo —respondió. Y lo mandó a largar. Le dijo que, si no salía él de allí en ese momento, no saldría a hacer ni un carajo. Su parte había tenido buena recepción por el dramatismo que denotaban los carteles donde salía su rostro, por lo que el jefe pronto hizo caso. Alardeó de aquellos años de temprana cinefilia cuando tuvo que explicar el concepto de su intervención en el show al jefe. Todo menos la sorpresa del final. Recordó sus primeras películas, a solas, en casa, cuando los padres salían de fiesta y el tío aparecía por ahí. Le gustaba que se sentara en sus piernas. El gusto no era mutuo en un principio. Con cosquillas, la simbiosis cambió y pronto estuvieron ambos bajo las frazadas jugando al papá y a la mamá, pero con cuidado, solo por encimita porque si no dolía, le decía el tío. Dicho aprendizaje le sirvió para aplicarlo años más tarde con un exjefe, un profe de la U, un primo lejano y un par de taxistas cuando se le había acabado el dinero. Solo por encimita y sin meter la cabecita. No es que compartiera la culpa cristiana, simplemente algo le faltaba como para permitir la penetración. Lo supo desde temprana edad, recuerda mientras se mira ahora en el espejo y se acomoda el trasero. Luego, agacha la cabeza para abrocharse una larga capa alrededor del cuello. Hizo un rápido movimiento hacia atrás con la cabeza y mientras lo hacía, su cabello se transformaba en una fusta. Definitivamente lo dramático era lo suyo. Bajo aquella negra cobertura que le hacía ver como un paraguas plegado, se escondía un bikini azul cubierto de lentejuelas. Como su estilo era híbrido, vestía un corsé de deliciosa textura por encima del bikini, con spikes y zapatos altos. Le habían dicho horas antes que le sentaba todo muy bien. El sostén del bikini terminaba en puntas, evocando a la Madonna de los noventa. Luego de su show, seguía el de Roxxy. Con dos equis. Se llevaban de maravilla. Alguna vez se enamoraron mutuamente. Roxxy es diez años más joven. No importa, dijo Roxxy en determinadas ocasiones, cuando le pedían su opinión por la diferencia de edad. Era verdad, no importaba. Con Roxxy no fue por encimita. Se habían enamorado. Se conocieron cuando entró a trabajar en el colegio de Roxxy a enseñar literatura. Roxxy recibía las clases de literatura de Sativa. Roxxy no se llamaba Roxxy en aquel entonces. Sativa tampoco. La vez de la puntita fue buena, piensa, cuando todo estuvo ya adentro, fue incluso mejor, afirma. Había rumores. Fue recomendable renunciar. Como una pausa dentro de su supuesta carrera en las letras y la academia, se dedicó a la industria del entretenimiento, como le gustaba apodar al negocio. El show número siete estaba a punto de terminar. Infló su pecho y lo vació con un suspiro largo lleno de humo, como un «dragón petulante» —en palabras de Lucia Berlin—, y movió la cabeza alrededor, con fuerza, como una ruleta. El pelo fluía, como enredaderas desatadas, como cadenas cayendo desde el cielo, como azotes de una deidad. Esto era parte de su ritual antes de salir. Su cuerpo estaba listo. Como gustaba del drama contemporáneo, olvidó a Medea y se enfocó en Nicole Kidman interpretando a Diane Arbus en Fur, una biografía ficcional de Diane Arbus. Evocaría la escena donde Arbus se saca la ropa en el balcón frente al edificio del vecino de enfrente, para que le observe. Explotando a la Diane Arbus que le habitaba, creó un producto que, para su gusto, se movía entre el extrañamiento y el realismo mágico. Para el público, en cambio, era una maraña de acciones estrafalarias y, a menudo, inconexas. La gente aplaudía con mucho ánimo, sin embargo. Las luces se apagaron. Recordó las películas que veía con su tío, las manos del tío, el miembro del tío y salió al escenario, destruyendo el tiempo y el espacio con cada paso que daba. La voz de los altoparlantes gritó SATIVA DIAMANTINA y la música comenzó a sonar. Las luces volvieron, esta vez con colores. El público escaneaba su figura parada inerte y de espaldas a ellos. Su apellido era Diamantina, por el modernismo literario y los poemas afrancesados. Sativa por la marihuana, Diamantina por el movimiento literario. Así, comenzó el show de la torre de marfil canábica. Primero, permaneció unos segundos sin moverse, como una aguja. Reventaba un punchis–punchis en los altoparlantes. Los brazos se elevaron hasta proyectar la imagen vampírica del deseo. Al armar la lista de canciones, se le cruzaron muchos himnos necesarios para la emancipación: Mujer contra mujer, Sissy that walk, Look what you made me do, pero al considerar el público, la ubicación, el costo de los servicios, el sueldo y, sobre todo, las propinas, se decidió por una trilogía, en orden cronológico, para mayor efecto dramático, según sus intenciones ulteriores. El tracklist era el siguiente, junto a la sorpresa del final: “Rica y apretadita”, “Papi chulo (Te traigo el MMMH)” y “Qué perra mi amiga”, y, en ese orden, precisamente, traería a colación la novedad al final de su performance. El propósito de todo esto: mostrarse tal cual, con el objetivo de recaudar el doble. Por eso el bikini y no el convencional traje negro corto de una pieza. Aquel era menor en tamaño, grosor, extensión y peso que una toalla de manos que aquel. Como Jessica Simpson lavando el carro, pensaba.
Esa noche, Sativa Diamantina, quien había escogido su apellido a causa de su gusto por la poesía modernista de Rubén Darío, se llevaría una enorme propina. “Rica y apretadita” comenzó a dominar sus pies y a moverlos a causa de la posesión demoníaca que el ritmo le representaba. Luego, el movimiento subió consecuentemente por las extremidades, desde la punta de los tacos hasta sus rodillas y muslos. Sus piernas se abrían y cerraban como puertas de garaje. La cadera rodó de aquí para allá, cada vez más rápido. La capa que le cubría cayó sobre el público. Mientras la canción decía que Sativa era rica y apretadita y hacía el pelo de los calvos crecer, Sativa abría ampliamente las piernas, imitando a un compás en ángulo obtuso, con sus zapatos altos sosteniendo el cuerpo resguardado por el bikini y el corsé azul y los brazos extendidos a los lados. Sativa era el Hombre de Vitruvio. Luego bajó el tronco hacia adelante y puso ambas palmas de las manos sobre el piso. Su cuerpo se redujo a su culo carnoso y el calzoncito. Se levantó, se dio la vuelta y se acuclilló; en esa posición tocó el lado interno de sus muslos y empezó a menear la cadera y a mover la cabeza de un lado a otro, agitando el pelo mientras su culo se movía en círculos al ritmo de “Rica y apretadita”, hasta que el último MMMMH se transformó en un MMMMH del “Papi chulo”. Su cabeza y sus caderas seguían en órbita. Se levantó y caminó con pasos largos por el escenario. La canción invitaba a las mujeres vírgenes a quitarse los velos y citaba al barbero como argumento de figura de autoridad, quien decía, con impúdica franqueza, “PELO-PELO-PELO”, mientras Sativa revolvía sus mechas como tentáculos. Claramente, Sativa daba muestras de ya no ser virgen. En este punto, Sativa trajo a un hombre, de barba y abdomen amplios, del público y lo sentó sobre una silla en el centro del escenario. Sativa debía ahora despojarse del corsé que contenía sus carnes. A pesar de que el público en general no consideraba su trabajo como algo serio, puesto que no alcanzaban a identificar los referentes de las performances de Sativa, aun así, cumplía con lo que todos querían ver, sin importarle a nadie que tuviera alguito de sobrepeso y los brazos gorditos. Comenzó a sacarse el corsé despacito mientras sonaba el “Papi chulo”. Para ello, se paró al lado de la silla en el centro del escenario, intimidando al panzón, y, cada vez que la canción decía “MMMH”, Sativa aflojaba un botón de su ajustado corsé, como Diane Arbus, pensaba. Cuando se hubo emancipado de aquella constrictora prenda, al hombre sentado en la silla le cubrió la cara con el corsé, le dio un beso y lo mandó de nuevo a su lugar, entre el público. Al final, eran solo Sativa, su pelo y su bikini. De azul el bikini cubría la curva de sus senos. Aquellas prendas ligeras eran los vestigios de artefactos que encubrían su verdadera naturaleza. Cada vez que Sativa bailaba el “MMMH”, aflojaba uno de los cuatro ganchitos de su brasiére. Con la punta de la cabeza siendo atraída hacia atrás, por la gravedad, torció la espalda y dobló el cuerpo hasta formar un arco. Sativa libró sus tetas de la prisión de su sostén. Se paró. Elongó la espalda y cobró la extensión de una serpiente estirada. La cicatriz de su reciente operación de aumento ya apenas se veía. Mientras tocaba sus duros pezones, comenzó a bajar el delicado calzoncito que cubría sus partes.
Las luces se apagaron. “Qué perra mi amiga” sonó, las luces retornaron y el calzoncito salió volando. La erección de Sativa era enorme y pulsante. Estaba tan llena como un shawarma derramando crema, como un cono goteando helado o un cóctel destilando insufriblemente alrededor de la copa, por el calor. Sativa tocaba su verga prominente con codicia. Sus tetas también. Sabía que esto le haría estar en el cierre del programa. Para rematar, luego de twerkear, tomó media botella de agua, para recuperarse y por el calor, mientras que con la otra mitad mojó a diestra y siniestra al público. El éxito fue rotundo. El rito tuvo su fin cuando Sativa bebió de un solo trago un jarro repleto hasta el tope de cerveza y meó sobre las cabezas de los que estaban en las primeras filas. Recuerdo haber escuchado que no quería poner “Despacito” porque era una ofensa al español. En su lugar prefería la Macarena. Sativa Diamantina se esmeró en demostrar que no importaba dónde uno estuviera, había que hacer notar la cultura adquirida y la finura, incluso en aquel chongo horrible donde nadie conocía a Diane Arbus, aquel chongo de mala muerte que muchas veces le hacía llorar por el mísero monto que percibía, por la crueldad del cachero, por el carné profiláctico. Siempre y cuando uno tuviera contactos, nada podría ir mal. Al mes de este performance, Sativa Diamantina abandona Durán, se pone un chongo a las afueras de Samborondón y hasta una vagina nueva. Dicen que Roxxy administra ahora sus giras por los chongos de otras localidades.
Los cacheros se pelean por trabajar con Sativa.
Nicolás Esparza @nicolasesparza_: (Guayaquil, 1986). Narrador, acaso poeta; docente de Literatura en nivel medio; estudiante de Literatura en la Universidad de las Artes; autor de YOSOYELMAL (Dadaif cartonera, 2017), aparece en la antología Despertar de la Hydra: antología del nuevo cuento ecuatoriano (La Caída, 2017), y Ataúd en llamas. Testimonios de escritores en el Guayaquil de la pandemia (Mecánica Giratoria y UArtes Ediciones, 2020), también en revistas de literatura, como Tangente, Letralia y Rocinante. Antisistema. Miembro impúdico de La Cofradía.
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