Milena Díaz |
Creo que en los tiempos que transcurren. Pensar al ser humano separado de la tecnología —claro está, desde una mirada de privilegio— se vuelve inconcebible.
La urbanidad está atravesada por cientos de cables y zapatos viejos que cuelgan de postes. Estamos interconectadas/os, porque cada una de nosotras/os nace con un chip incluido, habitamos un campo electromagnético del que no siempre somos conscientes. Nuestro cerebro emite miles de reacciones frente a estímulos que podrían ser equivalentes a los circuitos que recorren los aparatos electrónicos con los que interactuamos a diario.
Resulta complicado imaginar las relaciones interpersonales sin que la tecnología esté de por medio; los afectos ahora se intercambian mediante WhatsApp. El contacto físico que ha sido impedido, ahora para todos —pero desde siempre para algunos—, es reemplazado por dispositivos electrónicos que nos permiten sentir cariño por gente que está a kilómetros de distancia.
Me pregunto cuáles de los rastros digitales que he ido dejando, a lo largo de mi no tan larga existencia en este plano, serán recordados y cuántos serán desechados. ¿Podré encontrar esos rastros de memoria, como si se tratara de un álbum de fotos familiar? Creo que esta respuesta depende de quienes controlan la información que encontramos en internet.
Sugiero cerrar los ojos por un momento e imaginar qué pasaría si el mundo dejara de reproducir información por un día. Tal vez seríamos conscientes de cuán interconectados estamos ahora y, al mismo tiempo, conoceríamos cuánta información innecesaria (publicidad sobre productos de grandes corporaciones y transnacionales) recibimos.
En cuanto a lo que las redes sociales reflejan de nosotras/os, hago un ejercicio de reflexión: ¿Soy yo la persona que se muestra en mi perfil de Instagram?, o, ¿es la fiel representación del avatar que me gustaría ser? Supongo que ninguna de las dos, porque cada persona obtiene una información distinta de los archivos que he ido acumulando.
Disfruto —y al mismo tiempo me incomoda— pensarme como una caja de cartón que ha ido guardando varias carpetas, pendrives, discos duros de información, imágenes, sonidos, y
reflejos míos en algún espejo. ¿Será posible regresar al inicio de todo, al inicio de mí? Quisiera poder verme antes de que cualquier información me haya atravesado por los poros.
Mirando todo esto desde una perspectiva no-caótica (que cuesta tanto en estos tiempos), podríamos decir que el internet cumple la función de una extraña ‘humanoteca’, en donde la información de cada una/o de nosotras/os es almacenada segundo a segundo, y se convierte de esta forma en un pase casi gratuito a la permanencia en la historia.
Para que esto quede grabado en forma de imagen, debido al ‘entrenamiento diario’ que tienen nuestros ojos en las pantallas luminosas, pensémonos como un mapa atravesado por focos rojos que se iluminan cada vez que alguien interactúa mediante alguna red social, o usa un aparato electrónico que esté conectado a internet. La aparición y desaparición de esas luces pondría en evidencia que el mundo no se detiene y la información circula, nos rebasa todo el tiempo, y ya no tengo certeza de poder seguir midiendo el tiempo.
Cada vez falta menos para que los músculos que nos humanizan reemplacen venas y arterias por cables y circuitos. Sin irnos tan lejos y sin intención de tergiversar la teoría Cyborg,1 que nos da el concepto del «hibrido: hombre-máquina», y nos presenta un cuerpo compuesto por múltiples prótesis, podríamos pensar en cambio la presencia de pequeños «estados/mensajes/sentires/emociones» que se activen en nuestros cuerpos cuando pensamos o sentimos algo, y que este pensamiento sea notificado al resto. Poniéndolo de esta forma parece una locura, pero, ¿no compartimos lo que pensamos en tiempo real mediante un estado en Facebook o una historia en Instagram?, y esta información es vista al mismo tiempo por un gran número de personas/usuarios/avatares.
¿Qué partes de nuestro organismo no habrán mutado ya de una forma que desconocemos, debido a la cercanía con los objetos electrónicos? Seguida de esta idea, cito la teoría transhumanista, que afirma que: «la idea de la evolución hacia un mundo virtual tan completo que llegue al punto de permitir que podamos “descargarnos” en él —del mismo modo en que bajamos hoy un programa en nuestra computadora— y vivir allí, en ese universo virtual».2
Sin embargo, creo también que permitir que los afectos sean reemplazados por máquinas depende en gran medida de nosotros; cambiar la lentitud y lejanía por la rapidez y ‘cercanía simulada’ para el encuentro con los otros es nuestra decisión.
Habitamos un mundo en donde la función principal de las personas es ser entes productores. De esta misma forma se mueve la tecnología, con una sensación de contracorriente, una fuerza opositora a los latidos del corazón y a los intervalos de tiempo en que respiramos. Es imposible parar en un mundo que no para de moverse.
Alguna vez leí que parte de nuestra identidad se construye con base en todo lo que hemos mirado, escuchado, leído, sentido. Ahora, situémonos en un escenario invadido por la tecnología —que es realmente el que habitamos— e intentemos recordar la primera imagen que vimos a través de un dispositivo electrónico. Es una tarea casi imposible, ya que el cerebro no recuerda las imágenes de forma aislada, sino atravesadas por algún sentimiento o emoción. Con esto quiero poner en evidencia que los miles de imágenes e información que obtenemos a diario, la mayoría del tiempo nos pasan desapercibidas. (Obviando, de nuevo, la publicidad).
Los vínculos que vamos creando a través de la tecnología y pantallas, al mismo tiempo, nos ayudan a mantener una comunicación constante con los seres que consideramos valiosos. Estar informados sobre cualquier evento, o movimiento social que se esté gestando, es también una puerta de entrada a lo que podría llamar el lado positivo/amistoso con la tecnología.
La tecnología se esparce velozmente por nuestros cuerpos, y negar su existencia conlleva ser vista como una persona que no está a la vanguardia, ni camina al ritmo de la vida. Los afectos contemporáneos están y estarán cada vez más afectados por esta condición, la vida en la metrópoli exige regirse por un modo y condición de vida, sin preguntar, ni dejarnos cuestionar si es que esto es lo que queremos. Incluso los empleos, los estudios, y los momentos de recreación se ven reemplazados por esta modalidad virtual. Situarse en un escenario distópico en donde estemos todos cara a cara, pero comunicándonos mediante computadoras, no parece tan disparatado, tal como van las cosas.
De cierta forma, cada uno de los habitantes del planeta hemos sido adjuntados al archivo de la historia que se recopila en digital, nuestras autobiografías están distribuidas por medio de aplicaciones, y estamos constantemente modificando la información que decidimos compartir.
Creo que esta propagación de la tecnología es también un llamado que grita: ¿cuán humanos somos, y cuán humanos queremos seguir siendo? La tecnología convive con nosotras/os desde hace bastante tiempo atrás, y los cambios generados en las últimas décadas son visibles.
¿Vamos a permitir que el único sentido de humanidad que parece estar latente nos sea arrebatado? Aunque, ahora resulte casi imposible imaginar una cotidianidad sin que los ‘nuevos afectos’ digitales estén presentes (solo falta que los “me gusta” dejen de aparecer en la pantalla y se muestren en alguna parte de nuestro cuerpo).
Me parece urgente recurrir a lo tangible.
Aun así, la cercanía virtual, el vínculo, redes y afectos que he logrado tejer digitalmente, gracias a este gran medio llamado internet, son muy valiosos, y estoy segura de que se han abierto un espacio en mí y, sobre todo, se han hecho carne a su manera.
Referencias
1 Doona Haraway. Teoría cyborg. Fragmento. Poder, teoría queer y cyborg. Versión PDF. «La teoría cyborg de Haraway rechaza las nociones del esencialismo, proponiendo a la vez un mundo quimérico, monstruoso de fusiones entre animales y máquinas. La teoría cyborg se sustenta en escritos como “la tecnología de ciborgs” y afirma que “La política de los cyborgs es la lucha por el lenguaje y contra la comunicación perfecta, contra el código que traduce a la perfección todos los significados, el dogma central del falogocentrismo”». EE. UU. 1985. Disponible en: http://revistas.um.es/daimon/article/view/269401
2 Nick Bostrom, “A History of Transhumanist Thought”, Biotecaweb, Journal of Evolution and Technology, Vol 14, 2005. Disponible en: https://www.bioeticaweb.com/transhumanismo/
Milena Díaz (Quito, 1999) @mulamid Soy una identidad híbrida, que gotea, y se transforma mediante la escritura, las artes plásticas y el performance. Una buscadora insaciable de la ‘forma incorrecta’ de manifestarme. He indagado en varios lenguajes artísticos, tengo experiencia en las artes escénicas (teatro y danza), que fue como inicié. Debido a mis intereses políticos y sociales, ahora irrumpo en otras ramas, como son las artes visuales, y, por supuesto, la escritura y literatura
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