Cristhian Godoy
cristhian.godoy@uartes.edu.ec
Veo el afuera como un ayer, el adentro como el hoy, atrapado en el espacio-tiempo. Encerrado en una burbuja, me protejo del hombre invisible para que no me atrape. «Nadie lo ve, pero todos lo sienten».
Somos cuerpo y estamos expuestos, así que no te me acerques ni me toques. Tengo miedo de salir, pero también tengo hambre, quiero dormir y no puedo. Cuándo terminará esto, me pregunto, pero no encuentro respuesta.
Todos los días son iguales, los valores de sus nombres ya no tienen peso, día, día, día, día, día, día, día, una palabra interminable que se repite hasta la asfixia. Ya no quiero estar aquí, pero no puedo estar allá. Dibujo y por un momento escapo de este laberinto, pero despierto en el mismo lugar dándome cuenta que nunca salí de allí.
El monstruo me dice que mire lo que hace, me acecha, cada vez está más cerca de mí. Es como jugar al congelado: si te toca te quedas ahí hasta que alguien te descongele, pero si nadie llega permanecerás así. Y no me refiero al arribo de un cuerpo humano sino a la llegada del anticuerpo.
El encierro no me gusta —creo que a nadie le agrada—, pero esta es la única regla del juego: si sales, pierdes. Mientras estés dentro hay alguna posibilidad de ganar, cuando la luz verde ilumine el denso camino que me atemoriza.
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