Elmer Francis
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No sé dónde estoy ni cómo llegué aquí, todo se ve muy tranquilo, veo unos cuantos cuerpos de hombres maltrechos a mis pies. No estoy muy seguro, pero creo que he sido yo el causante de este desastroso derramamiento de sangre o al menos gran parte de este. Veo mis pisadas, parecen dirigirse hacia la montaña, siento que he recorrido un gran tramo y algo me pide que me aleje de ellas. Una voz me grita desde adentro, desde mi alma, con desesperación, me doy la vuelta y veo un mensaje escrito con sangre en la arena que dice «huye a las montañas». Esa letra parece mía, creo recordar que es mía. Comienzo a alejarme de ella tan rápido como puedo.
Siento y sé que no soy humano, pero ¿cómo sé que es un humano? Esos cuerpos sin vida que estaban a mi lado, esos eran humanos, estoy seguro de ello, pero ¿qué soy yo? Obviamente no puedo ser humano; después de todo, estos cuerpos sin vida no parecían molestarme. Un humano se sentiría mal por la muerte de su especie, ¿verdad?
Recorrí este páramo por varias horas, quizás días, pero por alguna razón no sale el sol —aunque siento que es algo bueno. Me agrada la luz de luna y el viento helado que recorre el páramo golpeando contra mi cuerpo—. Me encontré con más seres como yo. Algunos parecen tener un poco más información que otros, pero nadie parece saber dónde estamos o por qué estamos aquí. Todos nos vemos iguales, piel gris y tosca, parecida al interior de una cueva, ojos rojos que parecen pedazos de carbón ardiente y garras que lucen como pequeñas navajas. La mayoría solo tiene retazos de memorias igual a mí, ninguno ha visto un humano vivo, pero todos parecen haber despertado rodeados de cadáveres humanos.
Nuestros recuerdos son retazos de momentos aletargados llenos de nada, no hay nostalgia o felicidad en ellos. Por un momento creí haber tenido un raro recuerdo de haber sido humano, supuse que había sido un sueño, pero no he dormido ni comido nada —no es que tenga hambre o sed y creo que es lo mejor, pues no hay nada más que montañas que nunca parecen acercarse o alejarse, sin importar cuanto camines—.
Un páramo interminable lleno de criaturas sin dirección o sentido. A decir verdad, no siento nada, ni hambre, ni sueño, tampoco siento ira, tristeza o soledad, mi mente mayormente está en blanco hasta que me percato de ello y las ideas llenan esta cabeza vacía. Además de eso, solo está esa pequeña brújula instintiva en mi cabeza que me pide que vaya a las montañas, pero que decido ignorar. Espero que sea una buena idea.
Algunos hablaban del alba eterna, también mencionaron que llevan mucho tiempo caminando hacia las montañas sin éxito, pues pareciera que se alejan en cuanto tratan de acercarse. Ellos siguen su camino hacia las montañas mientras yo me alejo de ellas. Les conté mi mal presentimiento y unos cuantos extraños recuerdos, pero no pareció importarles mucho.
Han pasado varios días, supongo. He caminado sin parar y la noche no parece acabarse. Encontré una cueva que comencé a usar de base. Si no me puedo acercar o alejar de las montañas, ¿cuál es la razón para moverse? No sufro de hambre o sed, pero tomo agua de un lago cercano a la cueva. Hoy decidí seguir explorando, quizás encuentre un grupo nuevo con más información que el anterior.
Me alejo demasiado y veo a lo lejos cómo el sol, con su brillante luz, comienza a salir entre las montañas inalcanzables del páramo. Aquella brújula en mi cabeza, que hasta aquel momento había ignorado, me pide que corra y me aleje lo más posible de la luz. Comienzo a correr, pues tengo miedo, estoy aterrado, por primera vez siento algo y una horrible presión en mi pecho me sofoca y hace que mi cuerpo huya despavorido. Siento cómo se acerca, veo la línea de un nuevo día acercarse, tengo miedo del alba y aún no sé por qué. Veo la cueva a lo lejos, pero sé que no la alcanzaré. ¿Es mi fin? ¿Qué pasará cuando me atrape la luz? ¡El lago! Quizás el lago me pueda proteger así que me lanzo a él, pero es inútil.
La luz me alcanza, me retuerzo y grito, me arde todo el cuerpo, siento que me deshago, que el alba me destroza y me desgarra desde adentro. Ahora sé que tengo un alma porque la siento arder. Siento la luz del sol en todas partes y en todas partes arde, pido que pare hasta que al fin lo hace. No entiendo qué pasa, pero comienzo a sentirme extraño: mi piel ya no es gris ni es dura como piedra, es piel humana. Mis garras se han ido; logro ver mi rostro en el lago y me asombran mis ojos que ya no son rojos, son cafés. No entiendo qué está pasando, cada segundo me siento más confundido.
Fue entonces cuando comencé a sentirlo. De pronto, la luz del alba se siente bien, me calienta y no es el sol, es algo más que proviene de este nuevo amanecer. Me siento iluminado por dentro, la paz llena mi mente. Sé que todo estará bien. Comienzo a perseguir el sol que asoma por las montañas en su alba eterna, pasan las horas y sigue en la misma posición. Entonces lo veo, el mismo grupo de monstruos con el que antes me había encontrado. Ahora son todos humanos, todos quieren tener la luz del alba para ellos y los entiendo, la idea de compartir el calor y esa paz que se siente al posarse en tu piel es inaceptable. Así que comienza a salpicar la sangre, manchando el suelo virgen de las llanuras ante la luz de un nuevo día. Esta imagen hacía que el páramo se viera más oscuro que durante la misma noche. No sé qué hacer, quiero la luz para mí también. Aprovecho que aún no me han visto para adelantarme a ellos.
De pronto me doy cuenta de las horribles limitaciones de mi humanidad, cada momento estoy más sediento y cansado. Me siento impotente y lleno de ira por estar encerrado en este débil cuerpo humano. Decido seguir corriendo hacia ella, hacia las montañas, me voy acercando cada vez más, pienso que aún tengo tiempo pues el sol no se ha movido desde que salió. Sigue mostrándose en su un alba eterna.
Justo cuando pude sentir la cercanía, el sol comenzó a retirarse por el mismo lugar en que llegó. Parecía solo querer estar, pero no conmigo. Verme más no tenerme, así que empieza a quemarme. Lloro y grito con todas mis fuerzas, esperando algo de piedad. Me tapo una vez más con mis harapos en un intento inútil de protegerme y, tambaleándome, me esfuerzo en correr lo más lejos de ella. Es tarde, mi codicia por tenerla ahora me lastima. Escribo en la arena con la esperanza de que alguien lea la advertencia, un mensaje para quien sea tan estúpido de acercarse al alba: «huye de las montañas».
Siento cómo el dolor y el cansancio me obligan a cerrar mis ojos lastimados. Solo espero que el sufrimiento haya acabado, que mi cuerpo descanse sin alma, eternamente, en la oscuridad de la noche. Me levanto y no sé qué pasó, ni cómo llegué aquí, pero algo en esas montañas tan lejanas no me gusta. Aun así, quiero correr hacia ellas.
El narrador relata una especie de ritual de viaje a la eternidad… En el encadenamiento de las palabras elegidas hay mucho ritmo poético y predomina la actitud confesional de un hablante marcado por una angustia que lo envuelve en esa experiencia.