Queridos lectores:
Esta propuesta me ha obligado a ahondar en los lugares más profundos de mi psiquis, donde casi no llega la luz. Mi idea fue crear un espacio para aquellos que alguna vez se han sentido agobiados de su propia existencia, que sienten estar a punto de perder la batalla contra la ansiedad, la depresión y la desesperación. Que tengan la oportunidad de convertir su dolor en arte.
El concepto de Kamikaze que encierra este número es, en realidad, una confesión. Es la admisión de que no siempre se puede salir a flote, de que no siempre se aguanta. A veces, cuando sentimos que la fuerza del abismo que nos absorbe es más fuerte de lo que soportamos y ya no encontramos grietas por donde entre la luz a calentarnos, es necesario explotar. Creo que esa es la verdadera luz: la que emana del dolor y nos lastima, al tiempo que nos renueva.
Aquellos que lo han sentido, saben que detonar la bomba de tiempo que suena sin cesar en lo más hondo del pecho es más difícil de lo que parece, porque es imposible no ser consciente de que, al momento que dejemos que eso suceda, no solo nos incinerará a nosotros, sino que lacerará a las personas que tenemos cerca, las más queridas. Entonces nos abstenemos, la llamarada crece y nuestro cuerpo le queda pequeño, como la molécula que dio inicio a todo. Tal vez el Big Bang fue eso: una molécula ansiosa y atormentada que no pudo contener la energía dentro de sí, y explotó. Y sigue explotando.
No puedo asegurarles que crearán universos si se atreven a detonarse. Mientras escribo esta carta, y después de haber explotado una y otra vez, no estoy segura de haber logrado que se ilumine al menos un fragmento de estrella en mi cielo. Pero estoy dispuesta a seguir intentando, y espero que algunos de ustedes allá afuera estén dispuestos a intentarlo también. Tal vez un día podamos crear nuestro propio universo, entre todos, estrellando entre sí nuestro dolor. Hasta entonces, y con cariño:
Doménica Concha
Editora
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