Niza Ochoa Castañeda
No hay palabra en otro idioma que funda la ternura y la tristeza como lo hace la palabra portuguesa saudade. Pero, ¿qué significa? ¿Morriña? ¿Añoranza? Se podría decir que se trata de extrañar lo que ya no está; no existe una traducción literal, pero tal vez nostalgia sea lo más cercano a ella. El pasado parece atascarse en nuestras emociones más íntimas, construyendo diversos escenarios de los acontecimientos, aunque distorsionados e idealizados. ¿Por qué a veces nos resulta más reconfortante mirar hacia atrás? ¿Por qué cuesta tanto confrontar el presente? El tiempo se resta y las preguntas se multiplican.
La memoria y la nostalgia han logrado manifestarse a través de la creación; cada rama del arte ha inventado incontables maneras de representar el paso del tiempo. Por ejemplo, una escena de Amour de Michael Haneke nos plantea la idea de la memoria que se conserva con ternura a través de los años: «no recuerdo la película, pero recuerdo los sentimientos, y al recordar los sentimientos, las lágrimas vuelven, aún más intensas que cuando vi la película». El personaje no necesita tener una referencia precisa de lo que presenció para que el recuerdo de la obra cinematográfica se apodere de su sensibilidad porque, en ocasiones, las obras de arte —como los cadáveres en los mausoleos cubiertos de flores— son para rendir culto… para rememorar.
Involucrarme con un tema tan íntimo como los recuerdos hizo que me preguntara qué veo y cómo veo lo que conservo en la memoria. Ya no puedo ver mi antiguo hogar o la sonrisa de mi difunta abuela, soy incapaz de recordar lugares o a mis viejas amistades; solo logro visualizar a una persona que ya no existe: a mí misma en un tiempo pasado, a la que contrasto con mi presente. Y comprendí que también es válido extrañarse a sí mismo.
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