Compost

Nicolás Esparza

nicolas.esparza@uartes.edu.ec

Se comienza despacio, los cuerpos deben estremecerse. Solo así, estrujando fuertemente las carnes, quedará todo bien. El calor es una masa tangible, un bloque que se inflama como un poro infectado. Así comienza a sudar todo. Los cuerpos se maceran tornando la piel una masa precaria por donde el tiempo resbala. La vida se abulta y los humores de los cuerpos galopan volátiles, efímeros. El calor y el tiempo se estrechan y comprimen como dos manos que se unen. Los cuerpos empapados son cuerpos vejados por el tiempo que les roba vida. La noche es el espacio que invita al calor a invadir los cuerpos. La vida se hace noche como el calor se hace tiempo. Esta es la ciudad que modelaron las mafias. Los cuerpos como las calles se pisan y desgastan. La vida que el calor corroe es cualquier vida. La ciudad y el calor amenazan la noche.

La ciudad fue distribuida por las mafias y los cuerpos se hacinaron como pudieron y donde pudieron. Las calles, los parques, los cuerpos y sus genitales pertenecen a las mafias. La distribución de la ciudad no es uniforme. Algunos cuerpos no caben ya en los nichos que pudieron ‘escoger’ para habitar, para formar un hogar. Cuando ya no caben, deben marcharse. Las vidas se suspenden sobre una cuerda que se desanuda y la ciudad se torna nicho que deviene cárcel. Los cuerpos son intervenidos, tanto los que tienen un nicho para resguardarse cuantos quepan, como los que habitan la noche callejera y despejada. Los cuerpos son, entonces, vehículos sin identidad: solo transportan lo que las mafias dispongan. Tanto las mafias como los cuerpos son anatómicamente idénticos: dos ojos, dos piernas, dos brazos y un culo, pero cuando se es de las mafias se deja de ser cuerpo y surge la identidad, la unicidad. Lo que separa a unos de otros son las nomenclaturas: cifras, apellidos, títulos, números de cuenta gobiernan la ciudad que brinda sarao a las mafias con los cuerpos cuyos nombres no importan.

Cuando la noche palpita con el calor que se vierte generoso sobre los cuerpos sin nichos, sus cuerpos son más-cuerpo. Cuando las mafias circulan la ciudad sitiada y vejan el toque de queda, se transforman en vergas y los cuerpos solo son culos. Entonces, lúbricos, los cuerpos son arrojados contra las paredes, los pisos, los árboles, les abren las piernas y los ensartan de golpe, arremetiendo con poder porque el morbo de las mafias es cogerse a los cuerpos que pueblan la ciudad, desvencijarlos con sus vergas y con sus armas, escupirles y que reciban todo lo que puedan recibir, hasta la inconsciencia. La mafia, entonces, eyacula dentro de las entrañas de los cuerpos. Sus reacciones son variadas: a veces reciben de mala gana las embestidas, otras las disfrutan y se dilatan, se vuelven animales en celo y mueven sus caderas para recibir más y más. Una ciudad es un entramado de mafias que veja cuerpos cada tanto tiempo, en cada tanto del espacio que comprende la ciudad. Los cuerpos reptan por debajo de las piernas de las mafias. El sudor es producto del choque de bandos. La sangre también. El semen, la certificación de que las mafias se han perpetuado y el control es verdaderamente un instrumento de coerción social, de manipulación de masas. Por eso los cuerpos deben estremecerse, para brindar placer a las mafias, para vivir perennemente enajenados, para ser manejados por quienes les gobiernan: las hijas por los padres, los sobrinos por los tíos, las mujeres por los hombres, los pasivos por los activos, los pobres por los ricos, en suma, los cuerpos por las mafias y las altas esferas que habitan.

Cuando los cuerpos son adoptados por las calles les acaece una orfandad que pronto se siente como hogar. No hay ojos que les sostengan las miradas, puesto que no se atreven a mirar a los ojos. Ya no hay contacto físico que parezca abrazo, a menos que se los compren por lo que va de la noche. No hay más vida: solo morir lento. En una esquina, una rata y un joven se encuentran. La noche les acoge y el calor les tensa los cuerpos. Están en esa esquina porque buscan algo que necesitan: un auto que los recoja o algo comido a medias en la basura. El joven no ve carros ni basura. Solo ve a la rata. Desde hace algunas noches ya que han estado compartiendo sitio. La rata chilla y da saltitos buscando sobrevivir en la otra esquina. El joven no come desde hace un día por lo que persigue a la rata, con sigilo. La noche se avienta caliente y la ciudad hiede a orina y jugos putrefactos de bolsas de basura que estuvieron ahí tiradas por algunas horas. Ambos panean la zona en busca de algo que les prolongue la vida, pero no hallan nada. El tiempo pasa y el hambre se agrava por el calor. La rata desaparece entre la oscuridad de la noche. El hambre afecta los ojos del joven y su estómago se hincha de gases. La esquina se llena de hambre estimulada por el calor. En la lejanía se escucha un carro de policía que se acerca. La vida desfallece en las pocas fuerzas que tenía y que el calor le ha arrebatado. Cae.

 Las horas pasan y la conciencia se recobra. Se levanta del piso y se sube los pantalones. Antes de abandonar la esquina, siente un dolor punzante en el culo que le impide caminar bien. Se examina y encuentra semen chorreando por sus piernas. Se acuesta en el piso sin pensar en nada. A lo lejos, un hombre arrastrando un coche de bebé se acerca. Viene descalzo y con pantaloneta de jugar fútbol. Cuando pasa al lado del joven, este le pregunta si no tiene algo rico de comer. El hombre sonríe y se toca la entrepierna donde un bulto se inflama. «Claro que sí», responde. El joven saca una fundita e inhala un polvo blanquecino. Así, el calor, el tiempo y la ciudad se difuminan con mayor prontitud, sin causar mayor molestia. Sobre todo, para poder disfrutar de la transacción sexual por algo de comer. De una u otra forma, la abundancia de los cuerpos anónimos perpetúa el ejercicio de las mafias que dirigen los entramados de la ciudad. El tiempo y el calor se confunden con las embestidas que recibe en las nalgas. Faltan aún algunas horas para que amanezca.

Los cuerpos deben estremecerse. Solo así, estrujando fuertemente las carnes quedará todo bien.

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