Actuar es un eterno desaprender

Niza Ochoa y José Miguel Cabrera Kozisek

Charo Francés dejó Pamplona en 1978 y llegó a Ecuador con 29 años. La mirada interrogante y desconocida de los locales la llevó a redibujarse a sí misma. Como migrante, ya no se siente tan de aquí ni de allá, pero sí hay un lugar en el que se siente en casa: la sede de Malayerba, uno de los grupos teatrales más importantes de América Latina, que fundó hace exactamente 40 años en Quito, junto a su pareja, Arístides Vargas. Juntos protagonizan obras como Instrucciones para abrazar el aire o El corazón de la cebolla; juntos construyeron la casa de su grupo, y juntos llegaron a la Universidad de las Artes a descubrir en sus alumnos otras formas de vida que desconocían.

N: ¿Qué traerías de vuelta de la Charo de 1978?

C: Es una pregunta muy difícil, porque en 1978 yo tenía 28 años y ahora tengo 70. Me gustaría traer las dimensiones de mi cuerpo, o tener cerca a algunas personas muy amadas que ya no están… En ese tiempo me era muy fácil hacer afirmaciones; ahora dudo mucho más de mí porque he visto cómo, con el tiempo, lo que yo creía, lo que daba por cierto, las grandes verdades, se han ido transformando. Han dejado de ser grandes, incluso han dejado de ser verdades.

N: ¿Te has vuelto más sabia con el tiempo?

C: No sé si más sabia. Uno conoce más sus errores porque los ha cometido más veces. Entonces sí, puede ser que sea más sabia, pero, por ejemplo, yo no creía que a esta edad mi vida se iba a enriquecer al venir aquí a Guayaquil, al encontrarme gente joven como tú, como mis alumnos. Y, sin embargo, ellos me han mostrado ciertas formas de vida que yo no conocía.

N: ¿Una obra toma vida propia cada vez que la repites?

C: No, la obra es nada sin las actrices, sin los actores. Cuanto más la repito, descubro aspectos en los que no había caído en cuenta antes y al decir la misma frase, esta va adquiriendo significados distintos. Es como si la obra fuera un campo de polisemia, llena de sentidos diferentes, y no cambiara ella, sino nosotros.

N: ¿Sientes nostalgia por Pamplona?

C: No sé si llamarle nostalgia, pero sí hay el recuerdo.

N: ¿Cómo te sientes cuando vuelves a España?

C: Extranjera. El desastre de la migración es que ya no perteneces totalmente a ningún lugar. Yo llevo 41 años en Ecuador, pero es normal que si me subo a un taxi el taxista me diga: «¡Oiga, usted no es de aquí!». Siempre seré extrajera en Ecuador, y no solo por mi manera de hablar, pero también en España.

JM: ¿Qué tan física es la memoria?

C: El cuerpo sabe tantas cosas que uno no sabe que sabe. En el trabajo escénico, como actriz una se siente libre y sin saber, una se entrega a cada obra como si nunca hubiera aprendido a leer o a caminar, como si fueran cosas extraordinarias. Es un privilegio porque yo soy vieja, pero en mi próxima función voy a volver a descubrir cómo corta pan mi personaje.

JM: ¿Entonces actuar es un eterno desaprender?

C: ¡Ajá! Nuestro territorio es no saber. Yo me preparo dos o tres horas antes de la función, pero cuando pongo un pie en el escenario, el primer paso siempre es una gran sorpresa.

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