Noelia Mantilla
Existen diversos mitos alrededor de la crisis del proceso creativo en los que las emociones son predominantemente negativas y asociadas a la desesperación y los abismos. Sería ingenuo de mi parte afirmar que no hay de esas. Sin embargo, la crisis que intentamos explorar en este número está más relacionada al origen etimológico de esa palabra: κρισις, que significa ‘separar’ o ‘decidir’. Esta crisis en la que ‘entramos’ es más bien un tiempo de reflexión en donde las disputas y tensiones se manifiestan de muchas maneras. Cada quien la experimenta de una forma distinta y cada uno de nosotros hemos estado sujetos a estas variantes que, a veces, se sienten como cadenas en las manos y otras, como saltar al vacío.
Sin embargo, me gusta pensar que esta crisis no se trata de perder el control sino de tomar las riendas del proceso de cambio en el que estamos inmersos. De las interrogantes que nos surgen mientras estamos produciendo una obra y que esta, a su vez, las responda. El vacío, el blanco, el silencio, son —a veces— lo único que obtenemos. Este número se enfoca en ese momento que precede a la creación, sobre todo cuando abarca más allá que una medida de temporalidad. Esta crisis que somatizamos, que nos atraviesa, que nos rodea y que tiende a ser efímera, queda sujeta a la romantización o es simplemente ignorada apenas está pintado el lienzo. Luego un día, estas ausencias vuelven a manifestarse llevándose consigo las fechas límites de entrega, los proyectos culturales independientes y los sueños de infancia. Algunas crisis son como sentarse en un sofá a mirar una pantalla cuyas imágenes no entendemos porque estamos en blanco, también por dentro. Otras crisis, en cambio, consisten en hacerse cargo de todas las certezas (y las dudas) que nos constituyen como artistas y humanos mientras hacemos algo con ellas.
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